martes, febrero 24, 2004

.
SAN RAFAEL ARCÁNGEL

Desde la infancia, una de mis mayores ilusiones fue ayudar al desvalido. No sé si esta inclinación la tomé de arquetipos sagrados como El Santo, Clark Kent o Lázaro Cárdenas, pero me suponía comprometido a actuar especialmente cuando el desvalido enfrenta a una turba inquieta dispuesta a masacrarlo (utilizo a conciencia el tiempo presente al referirme a la turba). Por ello, no habría habido duda, entonces y aún ahora, de que he de salir en defensa de un mexicano en aprietos, incluso en el caso extremo de que éste fuese un intelectual. Lo habría defendido con todo y que sus progenitores lo hubiesen bautizado como Macario, Mijares, Rafael Pérez Gay u otro menos afortunado (no pierdan de vista que los apellidos no son escogidos siquiera por los progenitores del caso).

No es menor la ocurrencia de Tryno Maldonado de introducir, en medio del escándalo Sifuentes-León, el debate que gratuitamente ha propiciado Rafael Pérez Gay al criticar ciertas opiniones de Cristina Rivera Garza sobre Julio Cortázar y, lo más viril, que asuma la olímpica actitud de mandar a callar a la escritora. (Adicionalmente agrego que lo “olímpico” me ha atraído desde que a Queta Basilio se le andaba apagando la llama –la olímpica-).

Así que me veo obligado a defender a Rafael Pérez Gay de los ataques. (En que situación venimos a corroborar qué tan socorrido es lo gratuito).

De entrada digo esto: Rafael es un hombre al que no puede culparse enteramente por sus opiniones. Se ha criado en la Ciudad de México y una anomalía tal impone ciertos cartabones que con frecuencia rebasan al sujeto. En provincia lo saben muchos: las discriminaciones de género no distan mucho de las geográficas. Freud diría que el centralismo no es sino la proyección sociológica del varón penetrando a la mujer justo en el centro (pese a ciertas posturas asintóticas), y que tal circunstancia, asociada al placer que puede suponerse, lleva al varón a situar en niveles epistemológicos al androcentrismo. No obstante, guardo una distancia prudente de Freud en ese punto, si bien no llegaría al extremo de silenciar sus teorías (recordemos que no es sino un simple varón -con sus problemas y todo-).

Además, en un desinteresado afán informativo, cabe señalar que a las mujeres se les puede explotar, reprimir, ridiculizar, contratar en el foro 2 de Televisa, exhibir en calendarios, hacer presidentas, convertir en árbitros de primera división, llevar al altar, engañar, embarazar, enviar en misiones espaciales, encaramar al Everest, publicar, enclaustrar en conventos, dar postgrados, colocar de sirvientas, premiar, castigar, encarcelar, acusar de robo de autopartes, investir de juezas en casos de robo de autopartes, encargar la cultura de un país, conceder embajadas, etcétera, etcétera, pero, bajo ninguna circunstancia, aún ante la amenaza de poner en riesgo un matrimonio o la supervivencia de la especie, preténdase callar, silenciar o cerrar el pico a una mujer.... ¡Noooo, qué error!... ni siquiera mesurar el tono de voz... es contraproducente.

¡No!, no lo hagan, (Rafael: ¡reflexiona y pide disculpas!, vamos, da una salida digna a esta escaramuza y todo quedará entre amigos; un desliz cualquiera lo tiene, hasta las mujeres, hombre.) Las mujeres no se callarán, la historia lo confirma, la suegra lo confirma, la esposa lo confirma, la Biblia lo confirma, toda la estructura de la sociedad occidental lo confirma. Hasta las escritoras lo confirman. No quiero ni imaginar lo que sería un mundo con media docena de Gertrudes Stein. Querrán controlarlo todo y no quiero llegar a odiarlas.

Rafael, estoy contigo.

No hay comentarios.: