lunes, febrero 16, 2004

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LOS ANAL-ISTAS LITER-ARIOS

Los teóricos modernos del análisis literario, es decir, los que se criaron en las enseñanzas de los llamados formalistas rusos y los seguidores del lingüista Jakobson, han elaborado un enorme nixtamal de definiciones, criterios y nuevos sustantivos que enrarecen lo que se supone pretenden aclarar. No creo ser un aguafiestas si digo que estos analistas son un correlato de Martha Harnecker a quien dieron notoriedad sus berridos académicos orientados a “estructurar”, esquematizar y popularizar los conceptos del materialismo histórico de Marx.

Uno no puede comportarse patánmente y negar que un texto pueda tener y haya tenido de hecho muchas lecturas (quizá tantas como lectores efectivos), pero los críticos y académicos han llegado al extremo de pulverizar de tal forma “el texto”, que resulta insano tratar de meter el hocico en los granulitos que van fabricando.

En buena medida, el conocimiento es un asunto de fe. Y lo digo a sabiendas de que esta afirmación podría ser cuestionada por algún filósofo universitario u otra variedad de subempleado. Aprendemos álgebra y memorizamos fórmulas abstractas en nombre del pensamiento científico; se nos enseña que la “Enciclopedia” es la “Summa” de todo el conocimiento y buscamos en los tomos azul y oro de la “Temática” la definición perfecta de un objeto, proceso o nombre propio. Cruel ilusión. Las definiciones son falsas por naturaleza. ¿Cómo pretender definir algo que se encuentra en constante evolución? Definir, por ejemplo, el concepto “máquina de escribir”, jejeje. Vean, aún no nos ponemos de acuerdo en qué carajos es “escribir”, menos vamos a tener una idea final de algo tan cambiante como “máquina”... Podemos tener una serie de definiciones pendejas que auxilie a las hordas de incautos en épocas de exámenes, pero de “eso” a pretender que estamos “conociendo”, hay un pene de distancia (ustedes calcúlenlo en centímetros, pulgadas o entidades cúbicas abstractas).

Jakobson tuvo la gracia de plantear aportaciones valiosas al estudio del lenguaje, especialmente porque puso patas arriba muchos de los conceptos tradicionales y abrió perspectivas originales en la investigación sobre la comunicación humana. Desafortunadamente, quienes se dicen sus fans no han hecho sino vulgarizar sus aportaciones y, lo peor, muchos se han dado a la tarea de armar un estadio absurdo al que jamás acudirán los lectores. (Continuaría).

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