martes, marzo 02, 2004

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ORALIDAD, NARRATIVA, ESCRITURA Y NOVELA

Por lo que percibo, h. no quiere aceptar que la era de la escritura tiene aún un largo trecho por recorrer. Bueno es aclarar que el narrador no crea hechos, simplemente crea significados, hechos no. El novelista crea algunos hechos pero esos tienen que ver tan solo con el impacto de su imaginación en la realidad. Por otra parte, el gran problema de la actualidad es que los novelistas naufragan en el mar de los guionistas. El cine intenta limitar el nivel de significados de la narrativa. Thats thrue.

El narrador no crea personajes, crea imitaciones. Los personajes ya existen: corregidos y aumentados, en relación desigual y combinada, futuros y pretéritos, nada hay que agregar. El género está saturado. Las historias se pudren de trilladas, las tramas escurren lugares comunes al punto de que uno preferiría irse a pescar que hablar del tema. Ni siquiera los dramaturgos aportan nada digno de considerarse. Shakespeare y Cervantes ya lo dijeron todo; Strinberg, Beckett y Allen han sido reiteraciones modernas de lo mismo, ¿qué otra cosa hay que agregar? Flaubert falló no por su novela; falló por pretender que Emma B. era de su propiedad, ¡qué necedad! (Emma es un personaje de una novela de Truman Capote adaptada para programación B).

Si Walter Benjamín hizo esfuerzos denodados por proscribir la narrativa (en tanto género) fue porque no se atrevió a proscribir la escritura. La escritura es la caja de Pandora abierta un domingo en que todos descansan. Era aquella una época agotada por el tedio de la memorización mecánica, que imponía la ingenuidad de no contar con actas de nacimiento. La era de la oralidad.

La caja de Pandora fue una explosión volcánica. Con la escritura se abrió la frontera a los significados. El lenguaje cobró vida propia y robó el fuego a los mortales. ¡Sí, Prometeo robó el fuego a los mortales, no a los Dioses!

Prometeo, la ficción humanizada, el alter ego, el ser creado por el narrador escribiente, por aquel que había condenado a cadena perpetua a la oralidad, escapaba de control. Creaba su propio universo imaginario y seducía el asombro de su propio creador. Qué pena: el mortal creaba seres trascendentes y onmipresentes. Inmunes al olvido y a la temporalidad que finalmente carcomen a su creador. Tales seres levantan entonces su imperio insospechado.

Pobres narradores, sin saberlo, han configurado al sepulturero. No pretendan ahora proscribir la narrativa. Ésta ya tiene vida propia. Somos ahora esclavos de los significados. Proscriban la novela. Fallarán igual que Benjamin. ¿Cómo van a desfigurar los narradores a una raza cuya misión fundamental es la desfigurarse a sí misma? Pregunto: ¿No corresponde a los narradores acaso reconfigurar nuevamente a la especie humana?

No veo el caso de dibujar a un personaje. Ese personaje ya existe, aún cuando no lo he descubierto. Su posibilidad es lo que existe. Mi capacidad de encontrarlo es lo que está a prueba.

Por otro lado, la nostalgia por la narrativa existía aún antes de la escritura, el problema es que estaba encadenada por los grilletes de la memoria oral. De modo que podemos inferir que la nostalgia es la madre sustantiva de la narrativa escrita, de la escritura, ese parto milenario. La nostalgia por la novela será acaso una reminiscencia del hambre primitiva de escritura.

p.d. No le falta razón a h. Al sugerir que los atisbos de W. Benjamín son un archivo muerto. (No hay ningún misterio en su propuesta de eludir el factor explicativo al interior del discurso narrado. ¿Qué propósito tiene abundar sobre la insensatez o el acierto de los gustos culinarios de los Dioses que condenaron a Prometeo?).

Un epígrafe final a manera de Copyright: Sobre toda defecación deben prevalecer los derechos de autor.

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