lunes, marzo 08, 2004

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EL JUEVES SE SUSPENDIERON LAS CLASES

El jueves se celebró el 40 aniversario de la escuelita. Se reunieron en la entrada del antiguo edificio de Altos Estudios la raza, los profes y hasta el rector. Hubo mariachi, botanas y vino de California, de ese que se vende por galón, ya saben, vasos desechables y ocasión de fumar al aire libre. Además estaba nublado. Hubo discursos jocosos de los viejos maestros de Literatura y Física, haber sido izquierdistas en los tiempos aquellos en los que había muro de Berlín no mermó mucho su sentido del humor. La verdad es que estos maestros son de mi edad o quizá ligeramente más veteranos y fueron mis amigos de preparatoria y de andanzas decades ago, cuando el movimiento estudiantil te enseñaba muchas cosas, entre otras que el miedo tiene cinco letras y que las utopías son mejores cuando los géneros se ponen de acuerdo en amanecer juntos.

Los altos salones, los arcos pronunciados y el bello patio interior del edificio recuerdan sin duda aquellos tiempos de mimeógrafos al borde, música de Crosby, Stills, Nash & Young y libros de Hesse y Niestsche. Tiempos en que la protesta traía el pelo largo y una armónica podía hablar cualquier idioma. Los arcos de mi escuela conversan con franqueza de otras épocas a pesar de unas obsesivas capas de pintura.

Actualmente, los maestros hablan de marxismo y de revolución con la nostalgia con que cultivan sus canas. Ahora los compromisos se estiran hasta donde lo permiten las fuerzas mermadas; los años de lucha han conquistado una estabilidad capciosa y hasta cierto punto inmovilizante. Relevo generacional es a veces eufemismo de derrotas con gestos de victoria.

Mis compañeros jóvenes no aciertan a donde voltear. Las imágenes de un pasado combativo les son administradas en tímidas cápsulas y sus horizontes no parecen ir más allá de la contención mediática. Habrá que tener confianza, el talento se abre paso, como la vida, entre las telarañas de la medianía y el conformismo.

Queda un reducto invaluable: más allá del desánimo juvenil, de celos innecesarios por un nicho académico, de discordias gremiales y de desavenencias incomprensibles, nos salva la biblioteca, esa vieja celosa que ha ganado la guerra a las polillas y conserva los secretos de otros tiempos y otros mundos. Su silencio contribuirá a cuajar el texto del futuro.

Así que el jueves se suspendieron las clases. Nomás para darle espacio al recuerdo, lo único que quedará después de todo.

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