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LOS CÓDIGOS DE LEONARDO
Cuando Vasari escribió sobre la vida de Leonardo da Vinci, la fama de éste había trascendido las fronteras de la península itálica. Florencia es la cuna del Renacimiento y significa la estancia más fructífera de Leonardo por excelencia. En 1511, cuando Vasari nació, Leonardo aún vivía, lo que nos permite afirmar que fueron contemporáneos. Sin embargo, ni Vasari ni otros biógrafos del período inmediato del pintor, apuntan a que Leonardo estuviese involucrado en movimientos masónicos o de otra tendencia disidente del catolicismo oficial, ni que su obra contuviese elementos que cuestionaran la historiografía oficial de Jesucristo, contrario a lo que se desprende de la novela de reciente publicación El código Da Vinci, cuyo autor aún no memorizo.
Llama la atención que Televisa reúna a un grupo de eruditos para polemizar sobre la novela en cuestión y, sobre todo, que se destine tiempo y recursos a esclarecer si la novela tiene veracidad. A saber, los puntos cruciales de El código Da Vinci son: Jesucristo sostuvo una relación carnal con María Magdalena y procreó familia, uno de los herederos de Jesús es muerto en pleno siglo veinte a manos de un matón de la Iglesia Católica que pretende mantener ocultos secretos incómodos; El llamado santo grial existe (la copa de la última cena) y encierra poderosos misterios; la obra y manuscritos de Leonardo Da Vinci guardan un código que da testimonio de esta historia. Tales son las premisas del argumento de la novela.
No entiendo si lo que pretende la novela en cuestión es polemizar contra la historiografía católica oficial, o, subrepticiamente, esconder los verdaderos "secretos" de Leonardo, es decir, sus contribuciones al conocimiento.
El impacto de la labor artística y científica de Da Vinci no puede entenderse sin conocer los aportes generados por un grupo de individuos entre los que destacan su antecesor Dante Alighieri y otros, menos conocidos, como Nicolás de Cusa y Luca Paccioli.
En Cusa podemos apreciar la continuación del pensamiento de Agustín de Hipona, mejor conocido como San Agustín, cuyos escritos no eclipsaron los desvaríos oscurantistas de la Edad Media, y una vocación política y ecuménica que sólo tendría precedente en Alejandro Magno o Carlomagno, esos reyes filósofos generalmente subvalorados. Por encima de estos, Cusa se tomó la molestia de esculcar en el pensamiento geométrico de los presocráticos, así como en la indagación exhaustiva en la obra de Platón, lo que le llevó a amalgamar y sustentar el conocimiento científico sin despegarse de la tradición cristiana de pensamiento (i.e. La docta ignorancia, Editorial Aguilar); dicho de otra forma, Cusa zanjaba estaba comprometido a zanjar la aparente oposición entre la fe religiosa católica y el pensamiento científico en tanto razonamiento lógico matemático demostrable. Por su origen, yo consideraría a Cusa como precursor del pensamiento filosófico alemán de los siglos posteriores, y me atrevería a recomendar sus ensayos De Pace Fidei y Concordanthia Catolica como antecedente del pensamiento ecuménico (tolerante y conciliador al estilo de M. Ghandi) de los tiempos modernos.
Paccioli es mejor conocido por su obra monumental: la Catedral de Florencia, que por su contribución teórica, De divina proportione, en la que sistematiza el ejercicio de la denominada sección áurea, principio geométrico nodal en el pensamiento platónico, que devendrá fundamental para el progreso de las nuevas generaciones de pintores, escultores, arquitectos y artesanos por venir, merced a sus alcances en estos y otros temas relacionados. Textos como el de Paccioli y otros como Instrucciones de geometría de A. Durero, abordan el conocimiento desde un punto de vista didáctico, contrario a las sectar herméticas que hacen de la numerología una ciencia oculta o esotérica.
La explicación de los fenómenos naturales (la hidráulica, la eólica, la motricidad, la divina proporción latente en toda expresión de los seres vivos, la óptica, etc.) conduce a los notables avances en materia de arte y ciencia que catapultaron el Renacimiento.
Cualquiera que esté medianamente familiarizado con la obra pictórica de Leonardo puede evidentemente corroborar la existencia de códigos, sin embargo, éstos no se presentan como un crucigrama hermético a resolver, sino como principios científicos básicos accesibles a cualquier individuo que no haya sido alumno de Justo Sierra o lector de Carlos Cuauhtémoc Sánchez. Los manuscritos de Leonardo confirman su interés divulgador, lástima que se hayan extraviado el 70 por ciento de éstos.
Dicho en términos corrientes: Leonardo no "dibujaba o pintaba bien" porque pudiera captar la realidad tal y como es, o por su mero talento. Estudia y domina el comportamiento de diversos aspectos de la realidad (morfología, perspectiva, motricidad, armonía, biología, entre otros) que le permitean suponer en un lienzo de dos planos una realidad de dimensiones más trascendentes, desde un punto de vista poderosamente informado. Era una época en la que no se había impuesto la estupidez de divorciar al arte de la ciencia, las humanidades de las llamadas ciencias exactas.
Vean por ejemplo, La virgen de las rocas, ese aparente misterio de perfección. Las expresiones humanas no son la suma de una boca, dos ojos, una nariz y dos orejas. Transmiten la existencia de un ánima detrás de los rasgos observables; las manos y otros elementos corporales no exhiben el talento copista del pintor, sino su profundo conocimiento de las proporciones humanas y su concatenación desde la captación visual (la perspectiva). Su dominio del color (observen el velo que cubre el brazo del ángel) nos lleva a percibir el principio de lo infinito en lo discreto. La existencia de cuatro reinos (el mineral, el vegetal, el animal y el humano) es plasmada en el lienzo como una metáfora fácilmente perceptible.
Muchos son los códigos que pueden desprenderse de la observación de la obra artística y literaria de Leonardo, sin embargo, a la luz de la ciencia y la razón, tales códigos pueden ser descifrables y aún explicables didácticamente. De La última cena ni qué decir, ha sido tan dañada por factores como la humedad y el descuido, y tan manoseada por restauradores improvisados (algunos jamás entendieron los códigos artísticos de su autor), que el fresco actual apenas es una caricatura de lo que fue el original.
El Código Da Vinci es una ficción con determinado valor literario. Pretender que esa obra contiene elementos de verdad sobre aspectos históricos relacionados con la vida de Jesús o la de Leonardo, me parece un sesgo ocioso y hasta confusionista.
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