viernes, octubre 15, 2004

EL PEOR DE LOS MUNDOS POSIBLES
(nuevas desviaciones)

Quizá fue Truman Capote quien agotó las posibilidades del viejo axioma que condicionaba al escritor el ser un reflejo fiel de su tiempo. Con A sangre fría Capote asumió tan a pecho la realidad que terminó por dejarnos una ironía tremenda envuelta en nota roja. Algunos han denominado esta forma cuasiperiodística de novelar como un género de no-ficción. Pero no existe tal cosa, ni creo que se haya comprendido bien a Capote. El mero hecho de recordar un incidente real, de escribir sobre éste, o de armar una trama con secuencias tomadas de la realidad, nos introduce, querámoslo o no, a un universo de ficción, al universo de la interpretación de hechos. Interpretar los hechos, al igual que traducir un texto o discurso de una a otra lengua es por naturaleza una transgresión, afortunada o no, pero una transgresión finalmente.

El ser humano es un transgresor por naturaleza: violenta fronteras, costumbres y valores a la menor provocación. Sobre el cadáver de los estigmas y los tabúes levanta nuevos dioses y crea nuevas animaciones. Por eso es capaz de generar lenguas constantemente. Con ellas puede elaborar juicios y transgredir la realidad. No conforme con ello, transgrede la lengua misma, violenta sus normas sintácticas y fonéticas, crea neologismos, introduce extranjerismos, multiplica los sentidos, reelabora códigos, y, así sin pensarlo, hace de la suya una lengua mutante.

Las lenguas de la actualidad son entes mutantes. En el juego de las mutaciones es donde las lenguas se crean o desaparecen. Ellos no lo saben, pero es en este licuado donde juegan un papel notable los escritores. Las grandes obras literarias han sido un escudo contra la mutación. El Quijote es la etiqueta de garantía del castellano, lo que prolongará su fecha de caducidad por espacio de varios siglos. Pero en cosa de lenguas nada es inexorable y la mutación se comporta como una humedad constante, tarde o temprano terminará por transminar la endeble pared de la lengua y contaminarla. Es un proceso diario, continuo.

Quienes más contribuyen a la mutación de una lengua son sus defensores, los conservadores de las lenguas. La lengua no necesita impostores, para eso tiene su propia secta: los escritores, esos usurpadores de mundos posibles e imposibles, esos distractores que mantienen la tensión necesaria de su lengua, sus impearmeabilizadores.

("¿Que qué?")

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