LA SENCILLEZ DE MIGUEL MENDEZ
Ayer conocí a Miguel Méndez. Estuve platicando con él antes de la presentación del libro de relatos Calle Melancolía de mi paisana Patricia Robles Payán. La tarde era espléndida. Apenas nos presentó la conductora radiofónica Lupita Pérez Ríos (disculpa amiga el título nobiliario), Miguel me soltó una cita del decálogo del cuentista perfecto de Horacio Quiroga, esa que dice “un cuento es una novela sin ripios”. La presentación era al aire libre y había unos 20 grados de temperatura. Lupita y el periodista Martín Contreras hicieron la presentación del libro. Don Miguel, que debe andar persiguiendo los setenta años, es un hombre que trae la sonrisa tatuada y habla tan coloquialmente como si fuese llegando de la sierra. Lupita habló del compromiso artístico de Patricia y Martín alabó su labor prosística y periodística (la de Patricia). Algunas parvadas de aves migratorias pasaban por encima de todos. Cuando Méndez pronunció la palabra “ripios” puse cara de sabiduría. A media función apareció una cincuentena de estudiantes de secundaria; a Martín se le salió decir que eran “acarreados”. Gloria Barragán, la encargada de explicar a los escritores fastidiosos que asedian el Instituto Sonorense de Cultura por qué no se han publicado sus libros, tomó el micrófono para aclarar que no eran acarreados, sino que venían a echar porras a su maestra que iba a presentar su libro después de Patricia (yo entonces me quedé pensando que efectivamente Martín tenía razón, pero no dije nada). Don Miguel en forma express trabó conversación con los estudiantes haciendo una sencilla apología por la lectura, utilizaba palabras que ya andaba yo olvidando de tanto prestar oídos a escritores de calibres diversos que no desperdician oportunidad para lucir palabrejas domingueras como “identitario”, “macrocosmos” y “metadiscursivo”. Patricia habló de su colega asesinado en 1997, el periodista sanluisino Benjamín Flores, a quien dedica uno de sus relatos. Mientras todo eso pasaba, yo me deslicé hasta la mesa donde vendían Calles de melancolía por cuarenta pesos (no tenían cambio de cien). Cuando le mencionan a Miguel Méndez su calidad de candidato al Nóbel de literatura se ríe como si le hubieran contado un chiste viejo de Catón. Patricia puso en mi libro una dedicatoria que evocaba una secundaria común. La feria del libro de Beautyfulville fue dedicada a Miguel Méndez (cosa que nadie podrá ya evitar pues la feria concluye el domingo). Al término de la presentación me despedí del señor Méndez (quien por cierto en materia de abrigo es talla XL) y salí pitando con rumbo al ensayo de Elíxir de amor. Cuando llegué a la sala de conciertos de la Uni, el director escénico Miguel Alonso Gutiérrez ya estaba enojado porque la indisciplina es lo que provoca (él es talla L). Todo terminó bien y pude dormirme a las 12:30, aunque me sentía como si hubiera estado chambeando en la construcción de la Pirámide del Sol; es que anduve desde las 6 de la mañana circulando sin aditivo. Antes de que se me olvide: El esposo de Lupita Pérez Ríos, a quien no le perdono que haya abandonado la escuela, que también andaba en la presentación del libro, es el mejor trombonista de Beautyfulville y me cae muy bien (es talla XXL). Por cierto, al despedirme, el señor Méndez se encontraba acompañado de unos señores que traían corbatas de chorizo con huevo.
Hoy por la mañana el maestro Fortino Corral despejó la duda y explicó el significado de la palabra “ripios”. Di muestras de agradecimiento, eché una hojeada al decálogo de Quiroga y me percaté de que hoy en día nadie lo pela (a Quiroga).
Ya es mucho, ¿no?
Ayer conocí a Miguel Méndez. Estuve platicando con él antes de la presentación del libro de relatos Calle Melancolía de mi paisana Patricia Robles Payán. La tarde era espléndida. Apenas nos presentó la conductora radiofónica Lupita Pérez Ríos (disculpa amiga el título nobiliario), Miguel me soltó una cita del decálogo del cuentista perfecto de Horacio Quiroga, esa que dice “un cuento es una novela sin ripios”. La presentación era al aire libre y había unos 20 grados de temperatura. Lupita y el periodista Martín Contreras hicieron la presentación del libro. Don Miguel, que debe andar persiguiendo los setenta años, es un hombre que trae la sonrisa tatuada y habla tan coloquialmente como si fuese llegando de la sierra. Lupita habló del compromiso artístico de Patricia y Martín alabó su labor prosística y periodística (la de Patricia). Algunas parvadas de aves migratorias pasaban por encima de todos. Cuando Méndez pronunció la palabra “ripios” puse cara de sabiduría. A media función apareció una cincuentena de estudiantes de secundaria; a Martín se le salió decir que eran “acarreados”. Gloria Barragán, la encargada de explicar a los escritores fastidiosos que asedian el Instituto Sonorense de Cultura por qué no se han publicado sus libros, tomó el micrófono para aclarar que no eran acarreados, sino que venían a echar porras a su maestra que iba a presentar su libro después de Patricia (yo entonces me quedé pensando que efectivamente Martín tenía razón, pero no dije nada). Don Miguel en forma express trabó conversación con los estudiantes haciendo una sencilla apología por la lectura, utilizaba palabras que ya andaba yo olvidando de tanto prestar oídos a escritores de calibres diversos que no desperdician oportunidad para lucir palabrejas domingueras como “identitario”, “macrocosmos” y “metadiscursivo”. Patricia habló de su colega asesinado en 1997, el periodista sanluisino Benjamín Flores, a quien dedica uno de sus relatos. Mientras todo eso pasaba, yo me deslicé hasta la mesa donde vendían Calles de melancolía por cuarenta pesos (no tenían cambio de cien). Cuando le mencionan a Miguel Méndez su calidad de candidato al Nóbel de literatura se ríe como si le hubieran contado un chiste viejo de Catón. Patricia puso en mi libro una dedicatoria que evocaba una secundaria común. La feria del libro de Beautyfulville fue dedicada a Miguel Méndez (cosa que nadie podrá ya evitar pues la feria concluye el domingo). Al término de la presentación me despedí del señor Méndez (quien por cierto en materia de abrigo es talla XL) y salí pitando con rumbo al ensayo de Elíxir de amor. Cuando llegué a la sala de conciertos de la Uni, el director escénico Miguel Alonso Gutiérrez ya estaba enojado porque la indisciplina es lo que provoca (él es talla L). Todo terminó bien y pude dormirme a las 12:30, aunque me sentía como si hubiera estado chambeando en la construcción de la Pirámide del Sol; es que anduve desde las 6 de la mañana circulando sin aditivo. Antes de que se me olvide: El esposo de Lupita Pérez Ríos, a quien no le perdono que haya abandonado la escuela, que también andaba en la presentación del libro, es el mejor trombonista de Beautyfulville y me cae muy bien (es talla XXL). Por cierto, al despedirme, el señor Méndez se encontraba acompañado de unos señores que traían corbatas de chorizo con huevo.
Hoy por la mañana el maestro Fortino Corral despejó la duda y explicó el significado de la palabra “ripios”. Di muestras de agradecimiento, eché una hojeada al decálogo de Quiroga y me percaté de que hoy en día nadie lo pela (a Quiroga).
Ya es mucho, ¿no?
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