viernes, noviembre 05, 2004

TRANSDIARIO

-Quítale el anillo, -dice ella.
Apenas puedo hacerlo porque el rigor mortis es una aduana inevitable y estamos ahí. Aún está caliente pero no hay signos vitales, quizá su gesto... pero éste también se está yendo. El médico acude a la circunstancia y cierra aquellos ojos de aceituna que no olvido, me llama y me toma del hombro. "Ahora eres el jefe de la familia". No deseo esa responsabilidad pero el doctor me ve fijamente a los ojos y ahora me toma por los dos hombros. No puedo escabullirme aunque mi mente ya ha encontrado una puerta de escape entre los llantos.
El teléfono empieza a trabajar y los oídos de muchos parientes se niegan a escuchar la noticia. Hay que decírselos, como sea. Viene el pesado somnífero del papeleo. Pasa unos minutos y es sacado de la casa en una bolsa negra. No volverá. Lo sé.
-Jamás volveremos a verlo, -dice ella.
Lo creo porque es un hecho incuestionable. El acta estará lista en un momento y no queda más que escoger un ataud decoroso. Ninguno lo es. Pero ahora estoy siendo llevado de la mano por un misterioso ritual que no permite distracciones. Soy el jefe de la familia, está claro. No hay más. Lo soy.
Será un día largo, mañana iremos a dar un paseo detrás de la carroza. Visitaremos el plantel donde enseñaba las cordilleras nacionales, los ríos más caudalosos y como ser árbitro en un partido de basquetbol. Lo despedirán con una bandera a media asta y el sordo sonar de unos tambores escolares. Luego marcharemos en una larga fila de pena hasta el sitio último. Ahí hablarán sus compañeros, los que quedan. Dirán cosas habituales que no tardaré en olvidar porque mi deber es llorar con el resto de familiares y echar flores sobre el féretro, antes de que depositen la arena suelta del desierto sobre su despedida.
No quedará sino regresar y conformarnos con la sombra de su ausencia.
Por ahora tengo que ver que haya café suficiente y que las coronas de flores se coloquen junto al pequeño altar donde ahora reza doña María unos Aves Marías que apenas alcanzo a distinguir.
-¿Le pusieron los zapatos negros?
-Sí, mamá, y también el escapulario.
El llanto no se va.
Es el 5 de noviembre de 1974.
Treinta años, apenas, la orfandad es un delicado tatuaje.

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