Una señora de cierta alcurnia comentaba ayer la anécdota aquella de Gabriel García Márquez que señala que Cien Años de Soledad fue redondeada en un viaje a Acapulco. Lo narraba con mucho orgullo, como si el paisaje mexicano hubiera inspirado esa novela. Nomás por joder, dije que no estaba seguro de que eso fuera cierto y que no descartaba que fuese un ardid publicitario del escritor. La señora primero me quiso comer, después solamente me acusó de ser un pesimista. Ja, nadie más pesimista que García Márquez, agregué, pero después de todo él no tiene la culpa de que la literatura latinoamericana sea esencialmente pesimista. El comentario no le gustó a la señora y comenzó a decirme que hay escritores jocosos, irónicos, irreverentes, iconoclastas, etcétera. A ver, menciona uno, le dije. Ibargüengoitia, dijo apuradamente. Otro, pregunté... Se quedó pensando. Monsiváis, Dehesa, le ayudé, son risueños pero pesimistas, además Ibargüengoitia también lo era y lo demuestra el hecho de que se murió muy joven, seguí jodiendo. Ya enfadada, se me quedó viendo a los ojos y me preguntó que si por qué era así. Es que mañana es día de muertos y yo ya estoy celebrando, dije. No me creyó.
Dejo esta calavera para el escribidor Miguel Méndez.
MIGUEL MÉNDEZ
Cuando la muerte malora
Fue a llevarse a Don Miguel
Se enteró que aquí en Sonora
No había rastro de él.
Para dar con el poeta
La línea había que cruzar
Pero así, sin pasaporte
Fue una bronca consular
Finalmente la pelona
Pudo la migra esquivar
con ayuda de un coyote
que no le quiso cobrar
Con la cajita mortuoria
Luego tuvo que volver
Y la línea divisoria
Cruzó sin ningún papel
Ya descansa Miguel Méndez
En el panteón de las artes
Con Camilo José Cela
Y Gabriel García Márquez.
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