martes, agosto 02, 2005

Lectores ocasionales, asiduos, fanáticos, detractores, amistosos y rijosos, como una primicia, previo a su inminente publicación en papel, se edita aquí el primer capítulo del cuento Las Ruinas de Comaxcocoy, una historia que el autor pone a nuestra entera disposición y que deberemos seguir con todo detalle antes de que el argumento pase a la pantalla y se convierta en no sabemos qué. En lo sucesivo, cada lunes encontrarás aquí un nuevo episodio.

LAS RUINAS DE COMAXCOCOY

I


El vaso a la mitad. El hielo se había disuelto en la cocacola, el sudor se anegaba en la frente y las mejillas del forastero. Sus ojos, clavados en el poste que sostenía el elevado techo de la palapa, apenas parpadeaban. La temperatura sofocante parecía acelerar una cauda de pensamientos que iban y venían por su mente cuando la campana de la parroquia lo distrajo, anunciaba las dos de la tarde.
___¿Misa a esta hora? Es inminente la partida. Acaban así tres semanas de inútil búsqueda.
___Había perdido el apetito, su mirada parecía dirigirse a un campo de batalla devastado. Revoloteaban en su cabeza, en desorden cronológico, los días desde que llegó a ese trópico calcinante. Intentaba eludir el penoso trance de informar sobre su fracaso. Inútiles las indagaciones, no encontró rastro de nada. De nada. Aquella accidentada región no soltó sus secretos al forastero.
Sobre su cabeza, un oxidado abanico gemía como disco rayado que repite un fragmento inexplicable; así era también su esfuerzo introspectivo. Anotó unos garabatos sobre la servilleta. Tenaces gotas de sudor se sucedían por los surcos de su rostro, luego caían en el vaso formando círculos concéntricos; su camisa empapada y el zumbido persistente de las moscas eran otra forma de tortura.
___Retiró los codos de la mesa y levantó la cabeza al percatarse de la presencia de la mesera. Llevaba varios instantes ahí junto a él, esperando que su único cliente abandonara su letargo.
___––¿Quiere la cuenta? ––preguntó, libreta y lápiz en mano.
___––¿Conoce usted al Dr. Arturo Sebastián? ––respondió como autómata el comensal.
___––No, ¿quiere la cuenta? ––devolvió tajante la muchacha, poniendo fin al duelo de interrogantes.
___Le molestó el gesto despectivo de la mesera, sacó un billete de su cartera humedecida y pagó. La mujer giró su cabellera negra sobre los hombros e hizo un imperceptible guiño al cajero, un tipo de extrañas facciones, flaco y diminuto. El forastero apenas si reparó en él.
___Sin esperar el cambio, abandonó la ramada de madera y palma. Intacto sobre la mesa, su platillo resultó un banquete inesperado para las oleadas de moscas que proclamaban su propiedad.
___La mente del forastero era un carrusel en movimiento; vagaban inciertas sus hipótesis sobre el paradero de su amigo. Las lagunas en las pesquisas de la autoridad eran ahora océanos de dudas, de cabos sueltos; los exóticos parajes del lugar se mecían en su memoria como un manchón verde y nebuloso.
___Cruzó la calle y tomó la acera de la plaza rumbo al autobús que lo sacaría del pueblo. Pinche calor. Una desordenada colección de árboles de plátano y mango, palmeras y flores de colores diversos, emerge descuidada en el caluroso ambiente del mediodía. No hay ni un alma. Las bancas despintadas son adorno inerte del paisaje y sólo la vieja fuente de cantera, veteada de lama verde, parece cobrar vida en los chorros descompuestos que obedecen a un compás incierto. Las abejas se miran en el espejo inquieto del agua. En la esquina, un viejo acuclillado suda copiosamente mientras escurre una hielera repleta de camarones, algunos caen al suelo. Un olor penetrante golpea los sentidos y una nube de moscas traza en el aire la danza de la impaciencia. El pañuelo del visitante no sirve de mucho, el sudor hace su faena.
___El poblado no tiene mayor atractivo que los bailes de fin de semana; se organizan en el local que alquila el hermano del comisario ejidal para bodas y quinceañeras. Con frecuencia, los danzantes terminan dándose de golpes. Al calor de ritmos gruperos, broncas multitudinarias sin límite de tiempo tienen lugar ahí. Son estampas repetidas en el álbum del folclor local; en medio de las trifulcas, grupos de muchachas maquilladas con rojos incandescentes y rosas pálidos abandonan el baile en estampida; risas y gritos obscenos se confunden con la sonaja del tacón alto que golpetea la calle empedrada, algún tiro de pistola despierta a los ancianos. No vale la pena continuar aquí.
___Antes de llegar al paradero, el hombre sintió una sacudida de adrenalina. Sus cavilaciones se agolparon en un solo instante, su respiración se detuvo y el pañuelo cayó de su mano... Incrédulo, se negaba a aceptar lo que veía; la resignación que momentos antes le invadía, se convertía de pronto en un relámpago de esperanza. Frente a él, a unos cuantos metros de distancia, cruzó veloz en una bicicleta un individuo de facciones indígenas en cuyas espaldas cargaba un objeto que reconoció.
___––¡Hey, deténgase! ––gritó con todas sus fuerzas.
___El ciclista volteó sorprendido y su rostro se grabó en la mente del forastero como una fotografía. El indígena aceleró la marcha y dobló la esquina apresuradamente. Llevaba pantalón de kaki y camiseta sin mangas. El perseguidor corrió a la esquina tan rápido como le permitieron sus años. Llegó bañado en sudor y respirando pesadamente, sin embargo, el indígena había desaparecido. La imagen del ciclista seguía suspendida en medio de la calle.
Cerca, bajo una gruesa ceiba, un adolescente parecía ser el único testigo. ___Jadeando y cercado por el sudor se aproximó al jovencito.
___––¿Viste al tipo de la bicicleta? ––preguntó entrecortadamente buscando recuperar el aliento.
___Sonriendo tímidamente, el muchacho se puso de pié y tomó su cajón para asear calzado, vestía únicamente un pantaloncillo corto. Aunque habló en dialecto, su ademán convidaba inequívocamente al perseguidor a asear sus botas. Este se quedó mirando fijamente los ojos negrísimos del muchacho, un sentimiento de reclamo le invadió, hizo una mueca y se marchó. Pasó la manga por sus cejas y con el pulgar barrió su frente inundada. El jovencito, extrañado, comenzó a caminar a paso veloz. Al alejarse profirió insultos incomprensibles. Golpeaba debajo de la axila con el círculo que forman la unión del pulgar y el índice y gesticulaba una mentada de madre. Asombrado aún por la aparición, el forastero no tuvo humor ni deseo de responder.
___A las cinco de la tarde, sentado en una banca despintada de la placita, el forastero miraba hacia ningún lado. Su razón era un desafiante crucigrama. Ahí permaneció un buen rato. El autobús de las tres ya debe haberse ido.
___Recordaba los parajes maravillosos que su profesión le había permitido conocer. Pocos podían compararse con la adversidad y la diversidad de aquel lugar. Recordó la mañana nublada en la Bahía de Massachussets, cuando saludó de mano a Jacques Costeau. Ahí lo alcanzó, después de haberlo perseguido por todos los mares del mundo en el televisor. Tenía once años. No se detuvo a desgranar la amistad que guardaba su padre con el francés. Sólo recordaba el viento frío de la bahía y los enormes cangrejos que ahí conoció.
___Volvía una y otra vez el encuentro con el ciclista. No había duda, la mochila era inconfundible. La conocía como si fuera suya. Arturo la había recibido en la víspera de Navidad, era un obsequio de la pareja de esposos exploradores de Milán a quienes Arturo, por una casualidad, salvó de morir en los Montes Azules, cerca de la frontera sur. Era una recompensa, Arturo la mostraba orgulloso a sus amigos en el Centro. De hecho, ahora la estrenaba.
Otros sucesos notables pasaron fugazmente por su mente sacudida pero es imposible relatarlos. Así permaneció un buen rato.
___Absorto, contemplaba a las abejas afanadas en robar agua de la fuente. Como en una pantalla superpuesta, veía también las facciones del indígena: bigotes crecidos y caídos sobre las comisuras de los labios, cejas pobladas y una desordenada cabellera azabache que ocultaba orejas y nuca. La imagen de la mochila seguía ahí con él.
___Se puso de pie, metió la mano en la fuente y mojó su frente sudorosa, luego se marchó, las abejas dudaban entre seguirlo o continuar su rutina. Habrá que intentarlo otra vez, debe estar vivo. La búsqueda apenas empezaba.
___Es San Felipe del Rincón, una comunidad olvidada por los mapas y la historia, con el peso del aburrimiento que suelen esconder estos sitios. Sin aspiraciones municipales, los exiguos gestos pintorescos son compartidos por sus escasos habitantes.
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