sábado, febrero 15, 2003


PUSHKIN RESPONDE A LA IMPOTENCIA POETICA

Insisten en convencerme de que O. Paz es un "poeta bueno", pero sin más argumento que la fe ciega. ¿Debo creerlo sólo porque lo digan? ¿Acaso una serie de alegatos subjetivos y tautológicos sobre poesía van a convencerme de que no existe una crisis poética y cultural y que Paz fue uno de sus precursores? C'mon.

Para darle sabor al caldo transcribo aquí dos poemas de Alexander Pushkin sobre la autoconciencia del poeta. El tema, verán, no es nuevo. Tampoco, como argumentan los románticos, es asunto que no pueda analizarse por medio de la razón. Comparen la fuerza del discurso de un hombre cuyos poemas corrían de boca en boca entre los ciudadanos de la rusia zarista, ávidos de belleza, con las blandengues frases tartamudas de los seudopoetas cuyos versos no los pueden aprender ni siquiera sus seguidores.

AL POETA

¡ Poeta ! No atiendas el amor del vulgo.
Callará el fugaz estruendo del elogio vano,
y oirás la sentencia de un imbécil,
y las risas de la multitud;
pero manténte fiel, tranquilo y sobrio.

Eres un rey; pervive solitario.
Sigue la senda libre que tu inteligencia dicta,
madurando el fruto de tus nobles ideales
sin pretender recompensa por la hazaña.

Brota un supremo juicio de tí mismo,
y con inaudito rigor reconoces tu obra,
¿Cuánto te satisface, artista severísimo?

¿Te complace?
Que la abomine la torpe multitud
y escupa sobre el altar donde tu fuego quema
y, traviesa como un niño, agite tu pedestal divino.





MONUMENTO

Me erigí un monumento inquebrantable;
jamás podrá cubrir la hierba
la vereda inexorable que a él conduce;
su rebelde cabeza se levanta
más alto que una columna alejandrina.

No, no moriré del todo,
el alma en la lira más recóndita
sobrevivirá a las cenizas, escapará a la corrupción,
y seré glorioso, mientras en el universo,
bajo la luna, un solo poeta viva.

El rumor de mis versos, silencioso,
recorrerá por toda Rusia,
nombrándome cual eco en cada idioma
el nieto orgulloso del esclavo, y el finés,
y el salvaje tunguso y el calmuko,
ese amigo inseparable de la estepa.

Por largo tiempo me amará mi pueblo
porque su noble sentimiento despertó mi lira,
y exalté la libertad en la crueldad del siglo
y, por piedad, clamé por los caídos.

A la voluntad divina, oh musa, sé obediente,
sin temer a la ofensa ni exigir corona;
recibe indiferente la alabanza y la calumnia;
y jamás des atención a los imbéciles.

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