domingo, febrero 09, 2003


TRANSDIARIO: DOMINGO NUBLADO

Los domigos son días de guardar. Así que me puse a guardar el tiradero que quejó la semana pasada en mi hogardulcehogar, comenzando por una colección de botes de Tecate que piden a gritos ser reciclados (todo mundo quiere ser útil), también aproveché para tirar unas ilusiones que no encontraron su espacio vital.

El miércoles voy a presentar La Musa Enferma, de Francisco Alcaráz (Sinaloa, 1979), Tierra Adentro 249. Aunque joven, se trata de un poeta del siglo pasado (¿?). Así es, los poetas del nuevo milenio apenas van naciendo. Como de Alcaraz no conozco más que un ramito de sus poemas y lo que lacónicamente dicen los forros del libro, tendré que hacer lo de costumbre: hablar de otras cosas y meter el libro por ahí. Si alguien tiene ideas para hacer una presentación decente, por favor escríbame, aquí al lado izquierdo yace mi desdeñado e-mail: moroico@hotmail.com. Lo agradeceré.

Voy a procurar no hacer una reseña amiga. Miklos ya nos explicó lo pernicioso de tal práctica. Tampoco pienso contribuir a que el nóvel escritor se quite la vida o se retire de su afición literaria. Ayuden, no sean así.

El día nublado me acaba de traer un pensamiento triste. Un día semejante llegué a mediodía a casa después de haber ido de compras al otro lado (San Luis, Arizona, pues) y encontré ahí, mal estacionado y con la puerta abierta, el auto del doctor de la familia, Enrique Azuela. Un terrible presentimiento se dibujaba en aquel cuadro de la emergencia. Entré disparado para atestiguar que un infarto se había llevado a mi padre para siempre con todos sus 49 años. Tenía yo 18 y mi hermano menor 10. No hubo nada que hacer, su cuerpo yacía tendido en la cama donde murió con un libro en sus manos; era el Selecciones de octubre de 1974, le gustaba leernos La risa remedio infalible. Mi madre y mi abuela lloraban lágrimas silenciosas. El médico me dice, ahora tú eres el jefe de familia; tardaré años en entender aquella sentencia.

Los días nublados me gustan, pero en domingo me traen recuerdos infaustos. La muerte de Monterroso me dejó pensando en lo triste que debe ser morir fuera tu patria, tan triste quizá como compartir la desazón del exilio o vivir en prisión. ¿Ven?, los domingos son días de guardar.

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