sábado, enero 10, 2004

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¡ FELIZ CUMPLEAÑOS HUMPHREY BLOGGART !

Humphrey me despertó hoy como a las ocho. Demasiado temprano para ser sábado. -¿Qué carajos pasa-?, pregunté. ¡Feliz cumpleaños!, agregó con los ojos de par en par. Anoche me tomé unas cheves y me desvelé viendo tele, de modo que tenía ganas de dormir otro rato, pero ya no pude.

Me levanté y nos pusimos a tomar café mientras conversábamos sobre las aventuras del blogosferio norte en el espacio de este primer año de hostilidades. Sentado en el sófa, comprobé el delicioso buqué del café colombiano que me obsequiaron unos amigos proveniente de las laderas lluviosas de Medellín. He probado otras variedades de café de altura (como el de Córdoba), pero la verdad su sabor sólo me ha gustado como para incluir a la ciudad de Córdoba en una novela. Entonado con el aroma matutino, Humphrey, que manifestaba extraños síntomas de eurofia, comenzó a hablar del futuro del blog como medio de bla bla bla bla. La verdad, lo escuché nomás por no cortarle el rollo. Humphrey, dije, tienes todo el año hablando de ese tema. Continuó. Despistadamente tomé Doña Bárbara de R. Gallegos, y empecé a leer. Fingía escuchar el rosario de hb. Afuera, la placidez del sábado se expresaba a través de un silencio cómodo, un silencio típico de sábado. La blanca persiana americana colaba una luz contagiosa, mientras Humphrey ponía a prueba la resistencia del verbo agregar.

Cuando menos pensé, caí en cuenta de que continuaba caminando entre los renglones de Rómulo y que mi mente me había abandonado. Divagaba ahora en los prolegómenos del blog. Pensaba en los pasillos que se habían abierto desde el 10 de enero de 2003 cuando decidí tomar el ofrecimiento de heriberto yépez de hacerme socio de blogspot. La perorata de Humphrey en este punto hacía travesuras con la figura de H. Bogart, el de Casablanca y El halcón maltés, dijo algo así como que su homónimo había nacido y fallecido en un mes de enero como éste, creo. No puse mucha atención. En aquel momento me levanté a poner un cd de Cecilia Bartoli y escuchaba sus versiones de la antología de canciones italianas del siglo XVIII (las de Cecilia, no las de HB).

Eran las 9:10 de la mañana cuando la socia se levantó preguntando si ya estaba el desayuno, llegó hasta donde la luz se posaba sobre las líneas de Rómulo Gallegos y me tatuó un beso en la mejilla. Humphrey simplemente saludó y se abalanzó sobre el refrigerador como acatando una orden. Sacó la cartera de huevos, una tripa de chorizo, una salsa de chile verde y se puso a cocinar. La socia tomó su bicicleta y salió despreocupadamente a disfrutar de su vida en dirección del parque. Yo observaba por la ventana el contraste de su juego de pants negros con el verde fosforecente de la bici; un hilillo de aroma a especias comenzaba a cortejar mi olfato y el de Rómulo.

Me dispuse a continuar mi propia historia. Bartoli ejecutaba alegremente los difíciles trinos de Nel cor piú non mi sento de Paisiello.

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