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AJÚA... EL CORO RIFÓ EN ÁLAMOS
Desde Navojoa, mejor conocida como Polvojoa, escribo este adelanto. La autoridades nos instalaron en el hotel El Rancho donde pernoctamos después del concierto de ayer en Álamos, a 50 kms de aquí. El hostal aguanta de no ser porque los huéspedes empezaron a protestar a las 3 de la mañana debido a ciertos sonidos cuya fuente podría ubiarse en una pachanga, riña, orgía o peregrinación del 12 de diciembre; el caso es que los de la administración tomaron cartas en el asunto (pendejos, nosotros tomamos pura Tecate de bote) y nos enviaron a dormir, lo que resultó verdaderamente benéfico pues la prolongada sesión festiva comenzaba a parecerse a un capítulo malo del programa Puro loco. Mejor ahí le paramos. La cruda amaneció muy contenta con nosotros.
Sin echarle mucha crema a los tacos, el concierto estuvo muy bien, el público llenó el teatro a pesar de que nuestra presentación fue a las 4 de la tarde. Es gratificante escuchar los nutridos aplausos de un público bien nutrido, pero es mejor cuando ese público se pone de pié y comienza a pedir un encore. Las autoridades universitarias y las que truenan sus chicharrones en los pasadisos culturales del estado pelaron los ojos al ver la reacción del respetable al final del primer acto de Elíxir de Amor; para no hacer el caldo gordo, ahí mismo se comprometieron frente a las cámaras de televisión y de radio ("Humphrey los de la radio no traen cámaras". -Micros, pues-) a soltar el billete para que se pueda realizar la presentación de la ópera completa en octubre próximo en varias plazas de por acá.
No quiero omitir que en plena actuación del citado acto donizettiano, donde un servidor la hace de joven campesino aficionado a beber estimulantes etílicos (lo de campesino me sale solito, lo de bebedor también, donde batallo un poco es en lo de "joven"), entre mis amigos Tito, Félix y Angel destripamos una botella de Gato Negro (en su edición merlot) y, como no queriendo, en un acercamiento involuntario al grupillo de malandrines que caracterizamos, le dimos un traguito al mismísimo Nemorino, tenor principal del sainete que interpreta el no menos cuate Tuti León. Este pensó que se trataba de una botella de utilería con manzanita sol y se prendió de la botella. Al percatarse de que le habíamos hecho probar un delicioso vino importado de Chile peló tamaños ojotes antes de que le arrebatásemos la botella (¡presta!, le dijimos, que es probete). Ya con los efectos del felino negro y los aplausos del público, sentíamos que estábamos en el proscenio de la Scala de Milán, disfrutando de todas esas emociones que proporciona este armatroste artístico conocido como ópera que a mí en lo personal me hace sentir como Tarzán de los monos luego de haber conocido a Jane en el terreno sentimental ("Humphrey, has elaborado un chorizo incomprensible que incrementará sin duda la tasa decreciente de lectores que has venido registrando desde noviembre". -¿Que quéé?-)
En la tardecita, comidón de aquellas y unas chevecitas que parecían sacadas de un iglú. Luego, cuando la luna se pone regrandota, el barítono Luis Girón May y la mezzosoprano Encarnación Vázquez se fajaron para presentar un nutrido programa de arias y duetos de ópera de Mozart y Rossini, James Demster le tecleó al piano con sabias manos quizá en un nivel por encima de los cantantes (es decir, el cuate es una chucha cuerera en su jale). Cuando el termómetro empezó a registrar el rigor de enero, agarramos los tiliches y nos subimos al autobús con rumbo a Newyorkjoa. Lo que pasó a partir de la medianoche ya lo leiste en el primer párrafo.
Domingo 8 pm. Vamos aterrizando a Beatyfulville. Después de habernos reído como sicóticos, de tragar como Sancho Panza, y de hablar trabalenguas y mentiras piadosas, tiramos anclas y enrollamos las velas del fin de semana.
Que el arranque de la última semana de enero les sea generoso y sin hematomas que lamentar.
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