domingo, enero 18, 2004

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NARCISO VA AL TIANGUIS

Me puse a escribir unas líneas sobre el narcisismo pero dejé la empresa a medias y queriendo tomar un atajo me metí en un berenjenal inhóspito. Verán lo que resultó.

El narcisismo es un mecanismo de supervivencia del yo que puede transformarse en una disfunción patológica. Como representación de sí mismo, el yo conciente tiene que autoexplicarse de alguna manera, justificarse frente al espejo, justificar su existencia en el universo de "lo otro". (Aquel que tenga el presentimiento de que esto no va a ningún lado, seguramente está en lo correcto y puede retirarse en este momento, hay tiempo, arrepentirse después será demasiado tarde).

Comencemos por esto. La observación de los procesos mentales en tanto objeto de estudio, es decir, en tanto conocimiento especializado, es una creación de la economía de mercado. Sin embargo, el misterio de la condición humana ha sido abordado desde hace por lo menos dos milenios. A través de la poesía y la tragedia, la mitología griega creó una imagen poética de ese fenómeno, buscó crear arquetipos virtuosos y viciosos (disfunción patológica) y quiso representarlos. Su materia prima fue la ambigüedad humana. Los griegos, igual que otras culturas (como la china o la hindú), buscaban vanagloriar las virtudes y satanizar aquellas actitudes humanas que consideraban nocivas para la sociedad, aquellas que generaban disfuncionalidad entre el individuo y lo otro; la virtud entendida como principio natural que sojuzga la individualidad a la otredad; y el vicio, lo contrario, la individualidad irracional buscando prevalecer frente a la ley natural.

La mitología griega expone al narcisismo en tanto expresión existencialista predominante del ser. Esta y otras culturas consideraban al individuo (el ser) como un ente activo en relación al resto de la comunidad. La bondad, la entrega y el heroísmo, en tanto categorías dramáticas de la mitología eran valores que suponían una afectación del ser individual; los dramaturgos helénicos buscaban resolver de una forma artística la dicotomía del ser, el yo y lo otro (o los otros). Las puesta en escena de estos alcances artísticos (el reconocimiento de esa dicotomía y su solución mediante el goce estético) eran mecanismos de educación del “alma” ciudadana. La tragedia griega en su totalidad no es otra cosa que el estudio del comportamiento humano a partir de la dicotomía del ser (ser individual, ser social). El peso de las pasiones más primitivas, el individuo en su expresión mínima, es decir, en su existencia "pura", infantil, frente al ejercicio de la razón. El individuo discreto frente al enigma de crecer y "madurar" (alcanzar lo otro que lo excede), de ser "racional", es decir, conciente de (y conforme con) la otredad. La tragedia como tal sobreviene por un solo motivo: el protagonista es incapaz de derrotar a las circunstancias generalmente por su propia falla moral (Edipo, Otelo, Don Carlo). En Prometeo encadenado se exhibe la debilidad de los dioses no la del hombre. Prometeo es condenado por fuerzas que exceden toda proporción. La irracionalidad divina se impone a la naturaleza curiosa del mortal. El peso del castigo es expresión de una ley exógena (la impuesta, en este caso por “los dioses”, una que está dispuesta a aplastar al individuo); sofoca de forma terrible el impulso individual por el conocimiento y el progreso (entregar a los hombres el secreto del fuego). Con ello, la tragedia griega se planta por encima de la religión. Los dioses no son sino humanos disfrazados de dioses y hasta pueden ser representados en escena. Por eso el panteón griego estaba condenado a desaparecer, los dramaturgos ya habían diagnosticado su etapa terminal.

La civilización se finca en el reconocimiento autoconciente del individuo de la otredad, el individuo como parte de la otredad, el individuo como otredad viéndose en el espejo. El todo se mira a sí mismo en el individuo. Edipo se ha condenado a sí mismo porque no puede ver más allá de su propia fijación, se mira en el espejo y cree que aquella imagen es él, no puede reconocer lo otro, no puede reconocerse a sí mismo.

En La Comedia, Dante retoma el tema: el libre albedrío frente a la circunstancia. El tormento lacerante de las condiciones objetivas frente al discernimiento personal. El yo frente al desafío histórico (si es que existe semejante cosa y nosotros podemos acaso percibirla). La condenación eterna (el Infierno) es resultado de la renuncia del individuo a reconocer y aceptar lo otro, tal es la esencia del pecado en la doctrina cristiana. Cristo redime al individuo porque brinda su existencia a lo otro mediante el martirio. Vence a los romanos pues éstos ya se habían vencido solos como sus propios dioses que eran una mala copia de esos otros dodos: los dioses griegos. Pero los vence mediante la parábola (la palabra) al entregar a los hombres el secreto de la inmortalidad. Encarnación de la trascendencia, victoria sobre la temporalidad. Sabio reconocimiento del Todo (poderoso) que engendra lo discreto (Cristo) que también es parte del Todo gracias a esa representación genial de lo intangible que es el Espíritu Santo, fuerza motriz, direccionalidad. (Disculpen esta digresión, dado que no soy especialista, suelo meterme en laberintos que me extravían).

Como materia de estudio, la psicología nació con la consolidación del capitalismo. Era necesaria una teoría que explicara las modificaciones de comportamiento del individuo. La premisa es la siguiente: las circunstancias están dadas, el individuo depende de las condiciones objetivas. Esta concepción del “individuo”, es decir, la utópica existencia de un ente-en-sí-mismo con vida propia autónoma, la mónada de Leibnitz pero aislada de las relaciones sociales (como si eso existiese), fue el sujeto de las elucubraciones de Freud. La premisa. La misma premisa que castra a todas las llamadas "ciencias sociales", esa justificación académica del absurdo. El absurdo como especialización.

Freud acabala la interpretación de los sueños, la líbido, las nalgas como motor del universo, el super yo, las categorías del ente-en-sí-mismo, en su teoría de diván donde creen curarse los crédulos. Los alienados, consumidores, asalariados o patrones, sojuzgados por la ideología de mercado, buscan interpretar sus miedos y paranoias, su pequeño yo frente a la “mano invisible” que mueve al mundo, guiado por la brújula sin imán de otro alienado autoconvencido: el psicoanalista.

Adam Smith, David Ricardo y el propio K. Marx se dieron a la tarea de sistematizar una teoría económica que "explicara" las leyes del mercado, es decir, el convencimiento de que el individuo y la sociedad están sujetas a fuerzas invisibles (las del mercado) determinantes, y que el libre albedrío y la capacidad volitiva son una ilusión filosófica. Marx, viendo el radicalismo de semejante propuesta, se puso a tejer una quimera: el comunismo. Una doctrina donde el individuo -el ente-en-sí-mismo- acatara la razón colectiva, el bien común "históricamente necesario". Pero falló porque la "razón" no es un atributo que va a imponer una burocracia gobernante o un ídolo mesiánico por encima de la individualidad.

El establecimiento de la "razón" en tanto principio autosuficiente de desarrollo social e individual exige una cierta educación estética del hombre, un desdoblamiento del yo individual hacia estadíos de percepción y comprensión que permitan valorar la contribución personal -individual- en la otredad. La mónada interfiriendo en el universo de las circunstancias a través del ejercicio de la belleza, mediante su realización artística, tal y como lo hicieron los dramaturgos clásicos de la antigüedad.

La poesía y otros géneros literarios fueron previstos por otros pensadores como Lessing y Schiller como formas de liberación del individuo. Liberación del individuo no de la sociedad (que es donde tropieza el existencialismo radical) sino de la ambigüedad que aborda la tragedia griega. Pueden las condiciones vencer al individuo, puede sucumbir temporalmente éste frente al determinismo de las condiciones objetivas, sin embargo, por encima de la alienación que esto supone habrá un reducto desde donde podrá lanzar la defensa de su especie: su realización artística. Que el hombre puede alcanzar su realización mediante el arte es una idea que incubaron los griegos en contraposición jubilosa a la irracionalidad divina (lo determinante). Siglos más tarde, los alemanes levantaron un edificio con esta idea. Pero a la sombra de aquel edificio se formó también otra corriente cuya influencia aún no acabamos de digerir: la del existencialismo. Sin abundar por ahora sobre sus implicaciones, no sería descabellado señalar que el existencialismo es la filosofía de la psicología.

En el capitalismo, la era de moderna alineación requería de teorías actualizadas que justificasen su papel necesario. Estas teorías debían ser por antonomasia, alienantes. Freud cumplió ese papel de maravilla. Era ingenioso. Igual que los profesores que inventaron las llamadas "ciencias sociales" (como ese asno retardado que era Augusto Comte), Freud se perfiló como creador de algunas herramientas que explicaran la visión de quienes deseaban justificar la expansión imperial y el status quo de la economía de mercado. El estado de cosas que impusiera el colonialismo a partir del siglo XVIII, la apropiación de territorios y de mano de obra en las regiones colonizadas, por ejemplo, requería de una "teoría" que lo justificara.

“¿Tienes hambre?... Es paranoia”. “¿Sientes inadecuación por el esquema maquilador que le imponen a tu país?, consulta a tu analista eso tiene arreglo”. “¿Te altera la presión de los horarios en la economía de mercado?, ah, es stress, hasta tengo una receta naturista para aliviarte”.

El psicoanalista es el brujo-guía de la economía de mercado. Sí, sí, el capitalismo te va a doler, pero para eso tenemos al doctor Freud. Relájate. (Continuará algún día).

("Humphrey, con este post perderás a los pocos lectores que te quedaban". -Sí, al fin coincidimos en algo-).

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