lunes, enero 26, 2004

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LA HISTORIA DE UN LUNES

Llegué a las 7:10 de la mañana, como casi siempre, tarde, engulléndome los diez minutos de gracia que todos los que nacimos aquí asumimos como concedidos por alguna divinidad estratosférica. Es un autoengaño, sin embargo, llegar tarde renueva nuestra fe en el determinismo nacional y aún racial. No sé cómo explicarlo, pero sé que ustedes lo entienden. Yo apuro mi café negro sin azúcar.

Sorpresa: había una enorme manta sobre el portal de herrería de la construcción colonial del edificio. Un enorme candado Master presidía la escena como un gólem inaudito. La manta era una vela surcida por la inconformidad sobre la carabela del desatino. Hacía mucho frío, la temperatura avanzaba hacia los cero grados y nuestros dedos menudos eran censores dolientes.

El caso es éste: el viernes había concluído la votación de alumnos y maestros para definir la inclinación del voto en favor de algún candidato a ocupar un puesto administrativo en Letras y Lingüística. El problema surge porque no es el voto mayoritario de la escuela el que define quién será su brujula, sino el consejo divisional, compuesto por representantes de otras academias, el que a fin de cuentas escoje al prospecto. Quién resultó favorecido por maestros y estudiantes de la escuela no es quien finalmente ganó la elección del citado consejo. De ahí viene la bronca, de ahí surge la manta, de ahí viene el candado. El cuento sin final feliz.

El frío se incrementa conforme avanzan los minutos, los minutos se incrementan conforme avanzan las dudas, las dudas se incrementan conforme se extravían las horas de clase.

Es un microcosmos. Detrás se escucha el compás de un telar mecánico: es la condición humana que teje hilos invisibles. Busca la armonía mientras proclama el desajuste; clama por justicia y urde confusiones. Exige una democracia sin faltas de ortografía.

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