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NOS VAMOS AL FESTIVAL
De no presentarse un terremoto u otra glaciación, el 24 de enero estaremos empacando partituras, atriles y utilería para largarnos al Festival Cultural “Alfonso Ortiz Tirado” que se lleva a cabo anualmente en la ciudad de Álamos. Sí, mi coro ha sido invitado después de no asistir a las últimas dos ediciones del festival gracias a la bronca que nos echamos con las autoridades culturales en el 2001 a causa de amargo trato que quisieron darnos en aquella ocasión. El desaguisado comenzó porque ciertos funcionarios se estaban haciendo guajes con el hospedaje del coro (somos 50, que fijados); los cuates nos querían enviar al albergue del DIF que de veras valía albergue. Con decirles que están mejor las instalaciones del Cereso que las de aquel lugar y el desayuno que nos dieron al llegar estaba peor que los que prepara Shrek en el pantano. ¿Y la lana, mis estimados, les dijimos, cómo que no hay? Ya con la presión del grupito como que se ablandaron y nos consiguieron habitaciones decentes y comida calientita. No hay que ser tan crueles con el personal. Bueno, pues como se quedaron enchilados decidieron no invitarnos más. Pero no hay mal que dure cien años y ahora que los vientos sexenales cambiaron en Sonorolandia las nuevas autoridades se pusieron de modo y aflojaron la cartera.
Para no perdernos. Álamos es un pueblo donde parece que el año 1800 se detuvo. Hace unos 100 añiles todavía era capital del estado, pero la línea del ferrocarril porfirista, coqueteando con la costa, abandonó al pueblito y lo dejó por los rumbos de la sierra. Así, Álamos se convirtió en una fotografía colonial de calles empedradas, altas casonas, elevadas banquetas y un gran surtido de escalinatas. Es chido y se ha convertido también en casa de campo de gringos ricos y funcionarios ojo de águila. Por ejemplo, el dueño de la chocolatera Hershey’s tiene un jacalito ahí.
Bueno, pues si todo sigue como va estaremos montando en escena el primer acto de Elíxir de amor de Gaetano Donizetti (tiene nombre como de mascota extraviada). En esta obrilla la socia despacha en una sola maroma el papel de Gianetta y su servilleta sale haciendo el de borracho que, dicen, me sale solito (es que lo tengo muy trabajado). El programa incluirá también una selección de canciones napolitanas, arias de ópera y ensambles de coro y solistas. Por mi parte, tengo asoleada a la vecindad con mis ensayos domésticos de “Bella figlia del amore” del verdiano cuarteto de Rigoletto; además estoy dándole como niño de la calle al sexteto de Lucia de Lammermor del mismo Gaetano, a ver si paso la audición y lo canto.
El festival se pone buenísimo y alguna gente lo compara con el que se realiza en la tierra del ilustrado Bizente Focs (y de Amaranta C.), pero en chiquito. Durante las 10 días que dura el festival, lo reanimante son las callejoneadas masivas que se organizan después de cada función de gala. La gente sale del teatro buscando pelea y se engancha detrás de la estudiantina y (aquí viene lo reanimante) del burro dispuesto ex profeso con dos cajas de vino montadas a cada lado del lomo. Unos acomedidos van repartiendo vasos de vino a la multitud que canta y baila al son que le toquen. En cada esquina se detiene la marcha, se canjean las cajas vacías por cajas nuevas y sigue la fiesta hasta que termina el recorrido a eso de la medianoche. Luego, ya con todo mundo a medios chiles, la pachanga continúa en la plaza donde los expendios están abiertos hasta que la muerte nos separe. Baile, banda, cheve, tacos, menudo, todo al alcance de la mano por una módica módica. Están invitados.
Rogándole a Dios que no nos vayan a querer enviar en el trompudo, hago votos porque se consiga de perdis un autobús turístico de dos estrellas. La hielera ya está lista.
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