miércoles, octubre 12, 2005

PROTOCOLOS
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___Hoy participé con el Coro Universitario en el acto oficial del 63 aniversario de la Universidad de Sonora. Cantamos a capella dos canciones cubanas, y con la banda el Himno universitario. La Uni cumple años el mero 12 de octubre. "El saber de mis hijos hará mi grandeza" es el lema universitario.
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___Ahí saludé al maestro Carlos Moncada, prolífico escritor sonorense. Traía entre manos Relatos de ocio. "Estoy leyendo tu libro", me dijo. Qué bien, dije yo. Luego la socia me jaló enmedio de la multitud que abandonaba el recinto donde hubo discursos y música y premios y risas y peticiones y diplomas y cotorreo (por cierto la banda de música universitaria que dirige el maestro Lagarda se aventó Oye cómo va de Santana y el tema de la Guerra de las Galaxias). Vamos al ambigú, me dijo la socia. Órale, dije yo. Era la una y media. Ya tenía hambre, así que fuimos a las mesas colocadas ex profeso detrás de la estatua de Abelardo L. Rodríguez, enmedio de dos murales de 10 metros de altura con motivos indígenas regionales. Había entremeses y aperitivos muy decentes, pero el vino brilló por su ausencia esta vez. ¿Vendrán más recortes? No sé, pero el calor ya no es el de septiembre y puedo permanecer con la corbata y el saco puestos.
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___Ahí mismo ví un poster que exige a las autoridades la aclaración del caso de Alfredo Jiménez, reportero de El Imparcial desaparecido hace varios meses. Me quedé pensando si la libertad de expresión es la putita escurridiza que dije ayer.
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___Unos jóvenes de huaraches pasaban cerca de nosotros, frente al edificio del Museo y Biblioteca (donde fue el protocolo), portando pancartas que decían, entre otras: "Muera Colón", "No a la cultura occidental". "Viva el EZLN". ¿Qué es esto, me pregunté, vive aún Colón? ¿Qué es la cultura Occidental? ¿Sobrevivió el EZLN a Stan?
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1 comentario:

Ektor Henrique Charkomen dijo...

bLoGnOVeLa EpiStOLaR







Vertedero de cretinadas


PRESENTA

la

BLOGNOVELA

de

éktor henrique martínez



CONFESIONES DE UN FRUSTRADO


CAPITULO # 2


CRONOCOPIO DE UN ABORTO ABORTADO


Como siempre, estoy incluido en la lista negra de la desdicha y la desolación, aunque Dios ha sido bondadoso conmigo porque al menos me permitió ser ojete gilipollas. Pero de eso no quiero hablarles, tampoco de mi incultura transmutada en idioteces e ingenuidades, ni de mis faltas de ortografía que me delatan como un analfabestia.
Les platicare de la quintaesencia engendrada en una farragosa noche de borrachera en la que pretendía olvidar —aunque momentáneamente— mi charrascalosa existencia caracolesca, de baboso, de rastrero, ...¡y de maricón!

La vida tiene a veces sus bemoles: dicha para algunos y pena para otros, cuando aventarse unos polvos, trasunto de meter el miembro desviril en la vagina de una chamaca botada por los estragos del alcohol, las chochas y la morisqueta. Como quien dice me salio barato el palo que le aventé a esa pedorra, hoy madre del escuincle que se salvo de irse por la coladera del drenaje. ¡Ah, mi Jelipillo! Perrobabaesparmatozoide. Salio airoso de la halitosis abortiva que recomendó doña Confleis que ingiriera la Karola para espantar la cigüeña taraguncia, pero los hijos paridos por causa de desmadre y maquilados sin la voluntad de traerlos al mundo son carambolas que ruedan en los peores caminos, tuétanos de una vida sin corzo, alfóncigo no deseado. Ahora veo a mi hijo crecer e intuyo que será un culturoso idiota imbécil o un potencial pendejo con la inteligencia asesinada, otra inmundicia como su pinche padre. Snif.

Ahora, permítanme hacer una remembranza: hace aproximadamente cinco años, cuando yo tenia 20 años de edad, conocí a la Karola, una morra superleandra; ella tendría unos 18, años. Eran altas horas de la madrugada cuando la vi dormida en el suelo, encima de una alfombra que apestaba a cerveza rancia. La morra estaba en cueros, completamente desfallecida por tanta mota y chupe. Yo acababa de salir del baño (en una casa que ni recuerdo quién era el dueño ni como llegué allí); media horas antes me había metido al wc a tirar la Guacara. Yo andaba bien pasadote y se me hizo fácil brincarle a la morra. La abrí de patitas y mientras me bajaba el zíper de la bragueta dije sonriendo: «creo que ya me toca remojar la brocha, y ahorita es cuando».
La jaina ni resistencia opuso porque estaba bien pompeada. Y yo no iba a desaprovechar la ocasión, pues hacia más de cuatrocientos meses que no me cochaba a una mujer; a pura puñeta me la pasaba, y a veces una que otra gallina me chingaba cuando le caía al rancho de mi tío Efraín, por allá, cerca de la Presa. En el instante que la penetraba mis ojitos se emblanquecían completamente, ella solamente gemía despacito y hacia muecas.

Aunque la Karola ni cuenta se dio que yo me la había cogido, a los tres meses supe que los jefes de la morra me andaban buscando; la pendeja quedó embarazada y me echaron a mí la bronca. Yo no sabia que hacer y le pedí consejo a mi jefa que es enfermera. Cuando le platique lo sucedido me dio de varejonazos.


—¡Estás seguro que el chamaco que esta esperando esa mocosa es tuyo? —me cuestionaba mi progenitora.
—Esteee… sí, es mío —le respondí, mientras la duda me hacia señas desde la boca del estomago.

—Fíjate bien lo que haces, mijito. Tu padre es un hombre débil y sin carácter, pero tú eres un péndelo —me decía mi mamá cuando estaba a punto de regar el tepache.


Por pura pendejez engendramos a un ser no deseado, y verme como un padre en las condiciones materiales y mentales en las que me encontraba (y todavía me hayo), al principio me preocupó, luego hice concha. La idea era que ese hijo se sumaria como otra boca más a la que mis padres debían mantener.
¿Yo con qué sino tengo ni un puto quinto partido por la mitad?, me preguntaba. Y la Karola, pues era una jodida muertadehambre.
Por ende, le propuse que no deshiciéramos del producto de los nuestros devaneos calenturientos. Y en unos cuantos días la convencí y nos procedimos a deshacernos del plebe por quien ahora estoy loco de amor. Los medicamentos abortivos no pasaron de yerbitas y demás menjurjes caseros.

Transcurrieron los meses y decidimos —por inercia— dejar las cosas como estaban, al fin y al cabo serian mis jefes quienes se encargarían de la manutención. Qué importaba eso si el chamaco era el producto de una cuasiviolación; el hijo de un par de mequetrefes inconscientes, o sea de una vieja pendeja o un cabrón imbécil, mejor dicho: de una vieja cabrona y de un pendejo imbécil. Qué me costaba ponerme un puto condón. Escupimos un ser humano indeseado que nació por «default».

Quiero un chingo a mi Jelipillo, pero la incertidumbre a veces me carcome, cuando me entra la corcomita que me hace dudar si realmente es chamaco es hijo mío.

Ay, mi Jelipillo. Si ustedes lo vieran cómo maneja ya las tijeras y recorta muy suave los monitos de Bob Esponja •