martes, noviembre 15, 2005

“ALLÁ EN LA FUENTE HABÍA UN CHORRITO”

Quienes han elaborado teoría sobre el cuento, es decir, sobre su concepción, construcción y morfología, coinciden en que un elemento que define al “narrador” del “gran narrador”, es su capacidad para sorprender al lector. De facto, la amenidad de una lectura se basa mayormente en la sorpresa, elemento que el teórico Shklovsky denomina “extrañamiento”. La sorpresa es una eventualidad que encontramos en el universo de nuestra realidad cotidiana y también en lo que generalmente tendemos a considerar realidad ajena. Cotidiano y ajena, paciente lector, son adjetivos que utilizamos con fines didácticos más que filosóficos, porque alguien puede argumentar sin que le falte razón la débil frontera que separa uno a otro. ¿Nos involucra el atentado contra las torres gemelas? ¿Nos afecta la quema de automóviles en Francia y Alemania?

Desde luego que sí, y eso sería fácil de argumentar. Es como preguntarnos si nos afectan las invenciones de Tomás Alba Edison o la Revolución Francesa, el uso del láser para operar la miopía o el uso generalizado de la licuadora, independientemente de si nos interesa o no el tema.

Veamos: Jamás pensé que me afectaría un hecho aparentemente tan lejano (ajeno) como la práctica de algunas comunidades africanas que cercenan el clítoris a sus niñas. Este hecho produce en mí sensaciones que quizá no puedo explicar, pero afectan mi interioridad de modo que no puedo eludir la necesidad de citarlo aquí.

Desde luego, nadie está obligado a compartir una emoción como la recién descrita, aunque ustedes supondrán que muchos, si la conocieren, la compartirían. El punto es que, independientemente de que seamos o no conscientes de ellos, nos guste o no, TODOS los hechos que ocurren en lo que consideramos ajenidad (o alteridad, aunque la alteridad es constitutiva de la ajenidad) nos afectan directa o indirectamente.

La ajenidad es, pues, LO OTRO. Dicho de otro modo, la ajenidad es el todo sin mí o, mejor dicho, LA AJENIDAD ES EL TODO SIN EL YO.

El narrador, es decir, cualquiera de nosotros si partimos del hecho de que narrar es una condición natural del individuo (del ser humano): contar un chiste, narrar un evento cotidiano, etcétera, el cuento (la narrativa en general) es un instrumento de la ajenidad que el gran narrador hace suyo mediante su ingenio discursivo para sacudir al YO e introducirlo en la ajenidad. La ajenidad sorprende porque el imaginario del yo prefiere la calma de lo doméstico, de su rutina o, para decirlo de forma más exacta, de su cotidianeidad. Alguien dirá que la lectura de un periódico introduce al YO en la ajenidad, lo cual no se aparta de la verdad, sin embargo, en el imaginario del sujeto (del YO), la lectura del periódico es también parte de la cotidianeidad y su compromiso con esa ajenidad no es trascendente.

Entonces, y no descubrimos el hilo negro con ello, la cotidianeidad es un síntoma de la alienación. No porque la cotidianeidad sea repetición o costumbre y consideremos eso algo despreciable, sino porque nos inhibe de la ajenidad. Nos convierte en “ajenos” al proceso histórico-mundial.

(En este punto, lectores asiduos y de ocasión, retírense si el hilo de este razonamiento les produce somnolencia, desazón o embargo –quienes tomaron la alternativa de “embargo”, por favor fórmense en la fila de en medio-).

Pero, ustedes se preguntarán, ¿qué carajos tiene que ver todo esto con la teoría del cuento? ¿Dónde demonios vamos a situar a ese “gran narrador” del que se nos prometió que se hablaría?

Qué pena, amigos, que no tenemos una respuesta a sus preguntas. Desearíamos responder cabalmente pero ya no podemos, porque la argumentación misma de este relato nos inhibe a responder a un lector que espera acomodar las respuestas a su cotidianeidad para continuar siendo el mismo. Frente a la pandemia de la rutina, preferible es retirarse de la discusión porque no hay forma de explicar a un lector comprometido con sus costumbres el meollo de la misión del “gran narrador”. No lo entendería, aunque fingiera convenencieramente lo contrario.

Muchos narradores profesionales han preferido callar frente a este fenómeno. Ustedes sabrán mejor que yo si sus razones se basan en que no lo comprenden o en disimular inteligentemente su ignorancia. Otros, los menos, llegan a la cumbre, se instalan en los corredores de la República de la Letras, recibiendo becas de las instituciones y adulaciones de la industria editorial, y desde ahí contribuyen a la reconstrucción de las rutinas, del imaginario posible de sus lectores.

Los grandes narradores se apropian de los misteriosos senderos que ofrece la literatura para violentar los imaginarios, repudian las tradiciones, no porque vomiten en las aceras de la costumbre, sino porque disuaden a su lector potencial de que su mundo es suyo.

Tu mundo no te pertenece. Te traiciona, te hostiga, te reduce a la mínima expresión, te fragmenta y te orilla al último resquicio de ser un desdichado Heidegger. Por eso, tú, lector, no tienes más opción que ser distinto a lo que supones (si quieres de veras sobrevivir). Inmenso como tu mismo mundo y no te sorprendas si alguien te sugiere que dejes de ser “lector”.

¿Qué hora es?

1 comentario:

ESTEBAN DOMINGUEZ (ATP EN COORDINACIÓN ACADÉMICA DE SECUNDARIA) dijo...

Bueno, la verdad es que abres muchas puertas y no cierras ninguna. Un narrador es una "construcción" o si se quiere, una elección. En la medida que se elija al más adecuado con respecto a lo que se quiere contar, el cuento puede aproximarse a su éxito. De todos modos siempre es grato leerte por esos guiños que les haces a tus lectores. Saludos