domingo, noviembre 20, 2005

EXISTE EL INFIERNO, RIMBAUD LO INVENTÓ

Una temporada en el infierno de Arthur Rimbaud es una aventura por varios laberintos conectados: el simbolismo, el hermetismo y la intertextualidad; encontramos aquí un experimento híbrido en el que se suceden estrepitosamente el monólogo interior, el diálogo, la reseña, la poesía en prosa, el verso y una constante evocación que suspende nuestra credulidad. No sabemos si el paso del hablante poético por el infierno es una descripción humeante desde la experiencia de la muerte o si, por el contrario, nos sumerge en una inquietante alegoría que exhibe el espejo de la vida desde los ventanales de la miseria, el sufrimiento y el desconsuelo.

La voz poética se presenta desde el camino sin retorno del infierno, Mala sangre será la relatoría de su estirpe, una que vaga por la historia de Francia como un alma histórica en pena que otorga voz a los pueblos que han persistido en una misma geografía, cambiando de lenguas y de oficios, de ritos y costumbres, de religión y de gobiernos.

Si los simbolistas se propusieron demoler las formas prevalecientes del realismo, Rimbaud ha llegado a un extremo difícil de alcanzar. Pareciera haberlo dicho todo ya, y con sus letras haber conseguido un sueño que no concluye.

Los campos semánticos en que se mueve el hablante poético nos estremecen. El infierno es un sitio temible que habita entre nosotros, parece ser el mensaje del poeta. Nada escapa del influjo de su fuego y todos llevamos algo de llamas punitivas en nuestras conciencias. Ahí parece dirigirse esa voz, a un sitio temible y temido por nosotros, ahí parece conminarnos y alejarnos; desde ahí nos relata con una densidad de símbolos y significados que parecen multiplicarse. Sus invocaciones no son ajenas al lector y en ocasiones suenan tan familiares que pareciera hablarnos de paisajes conocidos, de familia, de lugares comunes y de historia. Sus referencias al cristianismo, a Jesucristo, a las Escrituras, se entretejen con una suerte de blasfemia y apatía. Ahí radica quizá la fuerza y el benevolente añejamiento de ese texto que, pese a su brevedad, resiste el impacto del tiempo y el rumor de las tormentas literarias como un eco lejano que no le conmueve.
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4 comentarios:

Luis Martínez Álvarez dijo...

Muy buen artículo Nacho, se antoja leerle (al genio), de verdad... Gracias por el dato y por el tiempo que te das de vez en cuando para visitar la monosofía. Abrazos.

Carlos Mal dijo...

Mondaca dijo:

Oye, Carlos, ¿cómo está eso de los comerciales?, ¿te refieres a los spams que aparecen en el tag???

Lo que pasa es que casi siempre que entro a tu blog (miento: SIEMPRE) aparecen dos ventanas (pop-ups), casi siempre de Screensaver.com y otra de algo más, siempre variante.

Lo que pensé es que habías, tal vez, para ganar un dinerito habías hecho algún trato en línea con una compañía de Spam...



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O sea CON SATANÁS!!!!


HAHAHA, fuera de broma, tal vez sea eso, qué se yo, no es gran cosa. Sale. Por cierto, Rimbaud lo inventé yo. Me encanta.

Víctor Manuel dijo...

Da ganas de leer algo de simbolismo después de tus comentarios -- disfrutar de una literatura como esa, más allá de los simples estilos.

nacho dijo...

Saludos Monosofia, Carlos, Victor Manuel, bueno que vienen. Rimbaud se cuece aparte, antes tenía cierto recelo de los malditos, los simbolistas, las vanguardias en general, ahora voy digiriéndolos sin caer en el atropello del radicalismo (que es lo que me pasaba cuando los defendía a muerte por allá en 1974). Bueno, van cambiando las ópticas y si uno no se mete en una atalaya de granito puede evitar ese deseo a "tomar una posición", algo nocivo por necesidad.
Lo de los spams, pues que pena que boten en mi blog, ni por pienso los tolero. Son como la sarna de la red.
Un saludo.