lunes, noviembre 07, 2005

UN RELATO PICUDO
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Una señora a quien aprecio se tragó una aguja. No sé con exactitud cómo ocurrió, simplemente la había colocado en su boca y en un movimiento imprevisto se le fue al esófago. Las cosas se complicaron porque ella había extraviado su credencial del seguro médico días antes. Entonces fue que llegó a la conclusión de que el sistema de salud pública en nuestro país es inadecuado. Por fortuna, la mayoría de los usuarios ha llegado a la misma conclusión sin tener que meterse agujas en el aparato digestivo (yo extendería, si se me permite, esa eventualidad potencial a otros aparatos).

Mi amiga es secretaria en una institución de educación superior y ha descartado por entero que el accidente tenga relación con hechizo, venganza, mal de ojo o cosa sobrenatural alguna. Digo esto porque una encargada de la limpieza sugirió que clavar agujas era la táctica de quienes practican ritos vudúes. Se trata de un simple accidente que por extraño no deja de ser fortuito.

Curioso es que en la primera radiografía que le tomaron a mi amiga en una clínica privada no haya aparecido rastro de la aguja ni en el tórax y abdomen, lo que hizo suponer que se encontrara alojada en la garganta. Esa sospecha fue descartada, sin embargo, por el radiólogo del Issste que, en una segunda prueba de rayos X, comprobó que la maldita aguja se encontraba justo al final del esófago, atorada antes de pasar el píloro.

Yo no sé nada de medicina, pero mi sentido común me hizo suponer de inmediato que el píloro no es cualquier pendejo. Esa pequeña válvula, castigada con severidad por individuos que exceden en su consumo de alcohol los índices de su propia capacidad de absorción, llevó enorme responsabilidad en otro hecho singular: que mi perro Nicolás, un golden retriever de cuatro meses, vomitara un par de calcetines blancos que se había tragado 72 horas antes (antes de vomitarlos, no antes de que mi amiga se tragara la aguja). Los calcetines fueron devueltos a la vida, valga la expresión, luego de haber atravesado por una experiencia terrible e inusual, de la cual ya se encuentran recuperados.

Un médico que consulta en la Universidad me dijo que no descartaba que nuestra amiga desechara la aguja de modo similar al de Nicolás, si bien el grado de dificultad lo ubicaba en un porcentaje superior al de la expulsión de los calcetines y pronosticaba un período de seis meses para que eso ocurriera. Cuando le conté a mi amiga estos antecedentes, ella sintió como una ofensa tales comparaciones, pero luego, ya relajada, me preguntó si Nicolás era macho. Le dije que sí, que no se preocupara.

Hasta hoy, ocho días después del accidente de la aguja, los médicos del caso no han determinado cómo van a proceder, si han de realizar una operación quirúrgica, si utilizarán un sofisticado endoscopio para extraer la aguja, o, de plano, esperarán a que la Naturaleza produzca un milagro (como el de los calcetines).

Veo a mi amiga muy despreocupada de la anomalía que sufrió y no muestra temor de que la aguja vaya a avanzar o a perforar algún órgano, de modo que me pregunto si este post tiene algún sentido.

¿Qué hora es?
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3 comentarios:

Mary Carmen San Vicente dijo...

Tengo una amiga que es hipocondríaca. Ya sabes, le dices "Me duele la cabeza" y por osmosis le pasas los achaques. Justo cuando terminé de leerte me acordé de ella y pensaba si te leyera, ya le estaría doliendo el cogote a la mujer esta ! jaja

Ouuuuuuuchhhhhh !

Simone dijo...

Me gustó tu post. Más fluido, con el sello característico de tu chispa personal. Felicidades por Nico, ¿o por los calcetines?

nacho dijo...

Mary Carmen, gracias por darte la vuelta por aquí...

Simone, gracias por el comment... el Nico está bien y los calcetines pasaron a mejor vida. Je.