martes, noviembre 08, 2005

LA INÚTIL UTILIDAD DE TANTAS COSAS
Hace poco, alguien me dijo que Bob Ross había muerto hace tiempo. A Ross lo conocí en San Francisco una vez que hacía una exhibición en el downtown para la CBS; había ahí cámaras de televisión y reporteros, curiosos y fans, policías y ladrones. Debe haber pintado al menos 4 óleos de sofisticados paisajes imaginados en menos de media hora: nieve, arroyos, árboles, arbustos, flores, colinas lejanas, moho, nubes, destellos, vislumbres, reflejos y niebla. Un despliegue de fuerza y color al estilo gringo: hágalo usted mismo o, "cómo pintar en una lección breve". La gente aplaudía cuando remataba cada pintura express con su singular firma.

Posteriormente lo vi en sus célebres y gastados programas de televisión, hablando acerca de cada paso inédito que imprimía al lienzo con pinceles, escobetillas, palitas, esponjas y sus propios dedos; revelaba secretos, consejos y tips en cada pincelada o mixtura de su paleta mientras recreaba bosques alemanes, inviernos canadienses, ríos de salmones o calmas laguneras de California.

Cualquiera que viera sus ojos podía intuir rápidamente que Bob era consumidor consuetudinario de mariguana, aunque ver el ímpetu de sus trazos llevaba a la conclusión de que combinaba sus exhalaciones con otras sustancias, sustancias que desde luego no eran esteroides anabólicos pues Bob era flaco, alto pero muy flaco.

Para muchos, especialmente aquellos que asistían a conciertos de Rock en los años 70s, el hecho de que Bob Ross no fuese aceptado por los círculos canónicos de la pintura estadounidense (menos aún los de Uganda) era considerado una ofensa a lo que ellos llamaban "arte popular" o, quizá mejor dicho "arte del pueblo". Porque muchos amaban a Bob y lo endiosaban como un gran artista. Un individuo que no se proponía realizar obras maestras, "arte para la posteridad", sino simplemente, inspirar a otros a tomar el pincel y faltarle al respeto a un lienzo haciendo paisajes o bodegones.

Para mí, Bob Ross era como uno de esos muchachos que jamás llegarían a ser jugadores de primera división en el futbol nacional pero a quien la gente admira porque pueden verlos durante un desfile (o permanecer en un mismo sitio por horas) dominando el balón sin que toque el suelo.

¿Es semejante práctica inútil? (La de Ross o la de los muchachos dominadores de balón, no la de mi reflexión -esa ya sé que es inútil).

Ustedes lo sabrán mejor que yo.
...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Big Bro:
¿Has visto las pinturas y dibujos de Hitler? Las perspectivas son muy aceptables,los dibujos de personas y de animales no tanto, pero los planos, y las naturalezas muertas superan por mucho a las pinturas de Bob Ross, no entiendo porqué no aceptaron al jóven Adolf en la Academia...tenía talento, mínimo como buen dibujante arquitectónico.

nacho dijo...

Oye José (no es el "Oye José" de "La culebra"): ¿no será por eso que Adolfito se nos encaprichó y se volvió niño malo? Mejor lo hubieran entretenido tirando lineas y echando a perder telas, ¿no?

Unknown dijo...

Yo no puedo olvidar los arbolitos felices ni los riachuelos felices de Bob Ross. Aunque su principal habilidad, me parecía, era la capacidad de tapar toda la pintura que había hecho en media hora con un árbol en primer plano.
Me indispensable que exista Bob Ross todos los frikis que quieren aparecer en Ripley o los Records Guiness. No por útil sino justamente por que es totalemnte inútil. Y no hay que olivdar que Oscar Wilde decía del arte...

Saludos