martes, mayo 13, 2003
ARTISTA Y GENIO
Siempre me ha llamado la atención el carácter de Beethoven, especialmente porque su obra epitomiza al genio que rebasa su propia época. Esta expresión que parece tener el perfil de un lugar común, en su caso se justifica plenamente.
He hablado aquí sobre Fidelio, la única ópera de Beethoven, sobre su gloriosa Novena Sinfonía, y apenas he mencionado obras menos escuchadas como la llamada Variaciones Diabelli, sin embargo ahora quiero referirme al carácter de este hombre. Su visión política confirma que el gran artista no está divorciado de su papel revolucionario y que el arte no puede ser un ejercicio aislado de las formas en que se organiza la sociedad. Siendo la música un ente aparentemente abstracto, pudiera hacernos creer que es incapaz de transmitir ideas políticas. Nada más falso.
De las biografías de Beethoven que conozco, pocas me han impresionado tanto como Vida de Beethoven, de Romain Rolland (premio nóbel de literatura en 1906). Este pequeño documento retrata con toda certeza el carácter del compositor alemán. Revela también el profundo conocimiento de las vocaciones humanas que desarrolló el autor de Juan Cristóbal.
En una de las anécdotas que nos guarda, Rolland relata que Bettina Brentano en una carta al poeta alemán Wolfgang Goethe, poco después de conocer al músico, señalaba:
“Ningún emperador, ningún rey tendría, como él, la conciencia del poder que poseía”. “Cuando lo ví por primera vez, el mundo entero desapareció de mi vista...No creo engañarme si aseguro que este hombre se ha adelantado a la civilización moderna”.
Goethe hizo por conocer a Beethoven -nos dice Rolland-. Se encontraron los dos en los baños de Bohemia en Taepliz -1812-, pero no pudieron entenderse. Beethoven era un apasionado admirador del genio de Goethe; pero su carácter, demasiado independiente y violento, no podía acomodarse al del gran poeta, y terminaría por lastimarlo. Él mismo ha relatado un paseo que dieron juntos, en el que el orgulloso republicano dio una lección de dignidad al consejero áulico del gran duque de Weimar, lección que Goethe jamás le perdonó:
“Los reyes y los príncipes pueden, sin duda, improvisar profesores y consejeros secretos y colmarlos de gracia y de condecoraciones; pero no pueden hacer hombres grandes, almas que están por encima de las miserias del mundo...De modo que, cuando dos hombres como yo y Goethe se juntan, esos señores deben sufrir su pequeñez... De vuelta por la carretera, encontramos ayer a toda la familia imperial. La vimos desde lejos y Goethe dejó mi brazo para ir a ponerse a un lado del camino. Yo le dije todo cuanto pudo ocurrírseme, pero no conseguí que se moviera. Entonces me encasqueté el sombrero, me abroché la levita y me interné, los brazos a la espalda, entre la apiñada multitud. Príncipes y cortesanos se adelantaron a saludarme; el duque Rodolfo me saludó, descubriéndose; la emperatriz se me adelantó al saludo. ¡Qué bien me conocen los grandes! ¡Y con qué regocijo vi desfilar aquella procesión ante Goethe, que seguía al borde del camino, sombrero en mano, en la más profunda de las reverencias! Le volví la espalda, sin hacerle el menor caso...” Goethe no lo olvidó nunca.
Goethe fue un gran artista. Beethoven fue un genio de esos que cada siglo puede parir sólo una vez.
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