jueves, mayo 08, 2003

CUENTOS DEL NORTE DE ITALIA

La caldera del diablo, la erupción de San Paolo, el mismísimo Inferno de Dante. Es el Giuseppe Meazza cuando Caín y Abel disputan la teta de la donna enfundados en rayas diferentes detrás de una esfera de estrellas. Es la semifinal de algo compulsivo, visceral, el más reñido metabolismo que se puede encontrar en cualquier lado.
Rojinegro Shevchenko, negroazul Crespo, filamentos de un par de ostras que comparten un mismo mar verde y engentado. Se amenazan, se chantajean pero no se dañan en absoluto. Se tocan, se esconden, son enemigos jurados pero retroceden ante la amenaza de ceder un milímetro al adversario. Su gruesa coraza marina lo impide.
De un lado, dos gárgolas impenetrables, Maldini y Nesta, escoltan al gigante del amazonas, el tesoro virginal se encuentra a salvo. Del otro, un grueso Toldo impermeable es protegido por una formación italoportuguesa sólo dispuesta a nada.
Cero para todos. Al más puro estilo musoliniano, tendón de viejas costumbres, casi costra, exhibe a dos pelotones dispuestos a jugarse todo en un volado final. Pero no será hoy, habrá ocasión mañana, pasado, después, no ahora; en el arcón secreto y escondido aguardan las sorpresas.

El candado herrumbroso del castillo demuestra que todavía puede guardar el hermetismo; catenaccio, le dicen elegantemente. Seedorf es humor negro y efectivo en el tablado de la seriedad y el nervio. El negro conserva sus matices cuando las extremidades entran en trance. Ruy Costa, Costa Curta, todo es costa en esas latitudes mediterráneas.
El propio Cúper enseña el cobre y alega que las mañas de la vieja península son cátedra al alcance de los hispanos. Toma y daca descabellado; batalla infernal en medio del bosque talado. Pelotazo infinito cuando los lanceros fallan contra los muros descomunales en espejo. No hay espacio sobre la alfombra húmeda y movediza.
Serginho y Rivaldo son batucada de último minuto, agregados barrocos en un despiadado esquema medieval ya negociado; orfebrería autóctona en una feria de máquinas herramienta. Se guardan apariencias pero se impone una lógica numeraria secreta.
El aullido publicano lo sabe. Despide a sus héroes como mártires de una batalla inconclusa, Gatusso sale en hombros antes de que el sol se oculte. Se marchan todos. Disfrutan los cartones inmaculados. Nada ha cambiado, las ancestrales costumbres se conservan y la ausencia de número es, a fin de cuentas, delicioso pretexto para ser felices. Ya se verán las caras: será para morir alguno. De cualquier forma, sueñan, la corona será lombarda.

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