.
EMILIANA NO ERA MISÓGINA
Cantar acompañado de una orquesta más o menos capaz fragmentos del Mesías de Haendel, del Gloria de Vivaldi y composiciones litúrgicas de Mozart es algo que yo haría sin cobrar ni un cinco. Sin embargo, cuando se logran conjuntar viente voces con veinte instrumentistas significa que existe una lana de por medio. Y es que los músicos, por exótico que parezca, también comen y requieren de lanilla para sus chicles. Me refireo a los músicos no convencionales, es decir, a aquellos que sí saben música, los que alguna vez se desvelaron estudiando el valor de las notas y el abc de la armonía, que saben leer pentagramas y seguir un compás de reojo.
Bien, no la voy a hacer mucho de pedo: cantamos en la misa de una boda ricachona en la puritita catedral de Beatyfulville. En el papel de devotos creyentes había exgobernadores, empresarios globalizados, señoras filantrópicas y jóvenes de la Ibero (uno de ellos se parecía un resto a Johnny Bravo). El arzobispo pastoreaba todo este rebaño por los caminos del bien y asegún los cánones aplanados de la ortodoxia.
Los organizadores del bodorrio traían a todos cortitos; hasta los fotógrafos andaban de traje y qué decir de nosotros que nos entacuchamos así como si fuésemos a una cena con la familia materna de Octavio Paz. Ah, y el chisme del día: la mamita de la novia dispuso de la catedral desde temprana hora a fin de ajuarear el templo como merecía la ocasión, con festones de flores naturales en cada pilar del templo cuyo aroma impregnaba hasta la tuba de la orquesta. No había yo visto arreglos semejantes desde que Mario Puzo organizó el sepelio de Don Corleone. Y no digo más.
Bueno, diré algo más. Resulta que la señora mamá de la novia se topó con el problemita de que había otras tres bodas en el mismo recito, a diferente hora, y pues eso le dificultaba la titánica tarea ornamental que se traía entre ojos, así que, pa no hacer el caldo largo, les propuso a las parejitas comprometidas que les pagaba el viaje de bodas a Acapulco, desayuno continental incluído, a condición de que se buscaran un templo más modestito. Aquellas parejas, imagino, se miraron los ojitos con aire de que una hada madrina les hablaba quedito, y, ni tardías ni perezosas, aceptaron el viajecito y se cambiaron con todo su tinglado a capillas que sufren de problemas de diseño y acabados, pero que comparten niveles de devoción clasificación A (para toda la familia). Asunto arreglado, Dios ni se fijará en esos detallitos insignificantes y las parejas de novios desplazados pues tendrán material para contar a sus allegados que la luna de miel fue fantástica. Y es que no hay luna de miel mala, excepto aquella donde una feminista lucha por la supremacía creyendo que quien está arriba es quien domina la situación, y, pues no, el (la) que está arriba es el (la) que tiene la responsabilidad (Echeverría dixit).
Bueno, todos estos detalles se me olvidan en cuanto me enfundo mi disfraz de tenor y canto cosas como el Aleluya de Haendel. Disculpen, hay mucha raza que no entiende qué demonios estamos cantando y nomás empiezan a pelar los ojotes en plena misa con cara de "Ah, cabrón". Lo que juzgo aburrido, porque también podrían poner cara de "Ay, wey".
Acá en Beautyfulville vivió una compositora española (vanguardista y resistente -es decir, que simpatizaba con la resistencia antifranquista y que cayó por acá junto con la runfla de León Felipe-) que fue directora del coro de la Uni al que pertenezco; bueno pues esta mujer era lo contrario de misógina, odiaba plenamente al género masculino (mas culino que antes) con un amplitud modulada (am), todo por la mala obra que le hizo un pelado de esos que ven atributos en cualquier individua con más de 40 kilogramos de peso; el bato la dejó y ella decidió que jamás volvería a permitir que Cupido le ensartara nada.
Bueno, pues Emiliana, que así se llamaba la españolita ya fallecida, compuso una misa para coro (a capella), de la que nos fusilamos unas partecitas y que cantamos en la boda ricachona. A mí en lo personal me parece de lo más aburrido la composición esa, y de no ser porque la paga no era para nada despreciable, simplemente me niego a cantar incluso el Señor Ten Piedad de la Emily. Pero, viendo que ya las parejas novieras desplazadas habían puesto su parte y habían demostrado que el orgullo es un don de los pendejos, pues yo también me hice ojo de hormiga y canté el desliz de Emiliana con ímpetu monástico. Todo salió bien.
Al salir, la envidia me dio una patada en los güevos: afuera de la catedral estaba un Altima nuevecito color dorado caribeño -regalito sorpresa- esperando a los recién casados; o sea, no nomás era la lluvia de arroz la que esperaba en el frontispicio catedrálico, por cierto, obra de la orden jesuita, que se esmeraba en hacer de lo ecléctico su estilo característico, estilito que al parecer no le cuadraba mayor cosa a Carlos III que mandó a la orden a chingar a su madre.
Ok. pues aquí le corto, no sin avisar que mañana parto al puerto de Guaymas a cantar otro repertorio que no tiene nada que ver con Aves Vérumen ni Panis Angélicus, sino con artes más mundanos, operísticos y zarzuelescos. Luego les cuento....
(Ay güey, ya es domingo....)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario