jueves, diciembre 25, 2003

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LA ESCARAMUZA DE LAS TRADICIONES

Miles de pueblos, más de los que creemos, han tejido la historia de la humanidad, una historia en muchos sentidos desconocida. Los libros han pretendido contarnos su versión, también los maestros de historia, parodia defectuosa de los libros. El ancla de la memoria ha creado sus propios códigos para eludir olvidar su propia historia, creó por ejemplo la escritura previendo su alzheimer intrínseco. La historia, como la conocemos, no es la historia del hombre, es la historia de su memoria. La memoria, ese cajón desvencijado de la nostalgia.

El individuo, condenado por la mortalidad de la carne, es esencia, esencia intemporal, especie con memoria histórica. Morirá el uno pero sobrevivirá el todo. La nostalgia le lleva a buscar el pasado en el presente, añora lo que fue para asegurar que el futuro será como hoy y como ayer. Comoquiera no funcionará. Por eso ha creado las tradiciones, ese código de las masas. La tradición es símbolo, figurativismo, adoración a lo anterior, seguro de vida, escalón a la posteridad. La tradición se aprende como el idioma; el bebé mira los cohetes y abre su oído atento al estruendo; observa la piñata romperse y no sabe que es Judas quien estalla en dulces, cacahuates, trozos de caña y naranjas invernales. Igual el anciano bolero que ha pulido su dominio de la lengua, pero que jamás aprenderá qué demonios es la sintaxis. Este es el sino de la tradición, simplemente se aprende. El buqui no se estará quieto hasta que una noche la pólvora de un petardo le queme un par de dedos, luego del susto se reirá de sí mismo. Nostalgia. La nostalgia exige su lugar, por eso doña Eva se amarga la vida al ver que sus hijas se rehusan a hacer tamales; no es eso, ocurre que la maquiladora deja poco tiempo para la cocina. La tradición se abolla un poco. Pierda cuidado, aparecerán los tamales de fábrica, como las fábricas de tortillas de maíz en Washington o Los Angeles. Resulta curioso, la tradición conciliando con el mercado y la globalización para sobrevivir. Vaya dialéctica. Y sobrevivirá a ellos, es seguro, porque la nostalgia no es una cuestión de épocas, es asunto del ser, ese ente que es y no es (Heráclito dixit, Hegel dixit, nacho repitit).

Cuestionar las tradiciones, por absurdas que parezcan, ha resultado tan apócrifo como inútil. Pobre Bush que sueña con retirar a las mujeres iraquíes sus atuendos; podrá invadir el territorio e imponer un gobierno ad hoc pero subvertir las tradiciones, je, eso no lo verán sus ojitos abizcados.

En temporadas como la actual, observo las tradiciones no desde la intolerante barrera del crítico sino desde el acolchonado palco del ebrio. Me complica menos la existencia. No soy conservador, pero tampoco soy un necio. Cierto, hay tradiciones que no me gustan, incluso algunas me son embusteras, pero, pese a su apabullancia, no alcanzan siquiera a inquietar mi sentido del humor. Humor versus tradición, je, deliciosa batalla, pastorelas incluidas.

Feliz Navidad.

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