lunes, diciembre 29, 2003

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LEONARDO Y LA CEGUERA CONGÉNITA

Es cierto, Leonardo fue uno de los creadores de la caricatura, último resabio del humor cuya cúspide se alcanza gracias a la masificación de los medios impresos en el siglo XX, el XXI será de Toy story, de Pixar, de Bill Gates, de MTV. Ni modo. La sonrisa de la Mona Lisa, lástima que a veces no se entienda, es la obra precursora del slow motion, captura furtiva de la intermediedad, el intento de Leonardo por transponer en un rostro humano lo más álgido de sus estudios sobre movilidad, sobre expresiones intermedias, un intento molecular, alas de paloma-moviéndose-sin parar. Ni risa, ni seriedad, olviden eso, todo lo contrario, el momento captado justo en su transcurrencia, el cambio de una expresión a otra, el límite del realismo, el nuevo nivel del realismo, el no-realismo. Por eso los pintores subsecuentes fueron caricatura de Leonardo, exceptuando a unos cuantos, Rembrandt por ejemplo, que exploraron más allá de esos límites. Múltiples naufragios en los pantanos del realismo. Ideas fijas, copias, pastiches. Pintura por encargo. Retrato. Fotostática del mundo-nomundo. Vana delusión.

Más allá de la técnica, el genio inconforme al encuentro de lo intangible. Tal es Leonardo. Neoplatónico incurable, idealista a toda costa, superficie rugosa de un vidrio plano. Mona Lisa, expresión humana en la marcha del devenir. ¡Qué misterio! Mar ignoto que seduce a muchos, ¡oh, desgraciados que pretendieron cruzarlo sin Caronte a la mano! El riesgo del extravío. El extravío, maraña donde prendaron sus mejores dotes las vanguardias.

El Baudelaire de R. Duchamps, ¡por Dios, más caricatura! La docta ceguera ya la había inmortalizada Rembrandt en su Aristóteles: Homero redimido, sin ojos observa más lejos que cualquier campeón de tiro con arco; Aris permanece atado a su collar de oro, esa riqueza realista. El hermano de Raymond, Marcel, otra caricatura a todo color; fauvista, es decir romántica.

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