lunes, diciembre 15, 2003

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LA CARCEL DE LA LETRA ESCRITA

Leo los comentarios de JM Portillo sobre los límites que impone la estructura formal del lenguaje a la libertad de combinar o crear sintagmas, morfemas, palabras, etcétera. JM utiliza ciertas figuras como camisa de fuerza que me parecen propias para definir el yugo generoso que impone la regla de la lengua escrita. El final de su post me sugiere que dejó abierto el comentario para ahondar más en él posteriormente. Ojalá desee hacerlo.

Antes de la invención de la escritura los escritores eran ya unos desempleados potenciales. Había entonces otros grilletes: vivía el hombre encadenado a la memoria; su supervivencia dependía de la memoria, de la llamada tradición oral, que no era una tradición en el sentido en que entendemos ese concepto actualmente, era y es una fase necesaria en la escalera de la evolución humana. Las tradiciones, lo sabemos son desechables, pero la oralidad no era un asunto de tradiciones, no se quien sacó eso -quizá algún escritor que encontró en la lingüística un oasis donde reconocer su fracaso-. Pero la oralidad no era desechable, ni es algo optativo. Yo lo denominaría oralidad generacional. La oralidad permitió a la especie la supervivencia; la escritura, la posibilidad de traspasar los límites inocuos de la necesidad.

Resulta curioso, como planteara Heriberto Y. hace poco, que Platón haya sido el primer filósofo literario en contraposición a Sócrates, último filósofo discursivo (oral), y que sobre los papiros de los diálogos socráticos se haya levantado la civilización occidental. Sócrates negaba la preeminencia de la escritura (Fedro) y defendía el discurso como medio de transmisión idóneo del conocimiento esencial. Platón atestigua la decadencia de Grecia, es cierto, la propia muerte de Sócrates exhibe a una Grecia condenada. La debacle de Grecia y de la civilización mediterránea en general era en realidad la debacle de la oralidad. Los políticos -algunos de ellos sofistas consagrados- hicieron lo que hacen aún: desgastaron su discurso, o mejor dicho, el discurso .

Si el pensamiento de Tales, Heráclito o Parménides contribuyó al encumbramiento de Grecia fue gracias a que vivían la gestación y el parto de la escritura como instrumento de la filosofía. Los sofistas, en tanto especie, fueron sepultados bajo la lápida de la escritura y su epitafio advierte paradójicamente: "No los olvidéis". Así se evitaría que corrieran la misma suerte de los filósofos minoicos y otros más antiguos que fueron borrados de la historia a causa de la fragilidad intrínseca de la oralidad.

Los filósofos, empezando con Platón, se las arreglaron para rescatar aquello que no podían dejar perder de los filósofos y sofistas orales.

Disculpen esta breve disgresión, pero me parece que hay que ubicar la discusión sobre la formalidad de la lengua escrita en relación con la poesía, el discurso, la decadente oralidad contemporánea, etcétera, desde la perspectiva del criterio libertad-necesidad, esa prisión perpetua.

La llamada poesía vanguardista , término manoseado con impunidad al atribuirlo a la poesía -y otros ocios- de fines del siglo XIX y del XX, representa también la decadencia de una época; se trata de la era de la imprenta tocando las puertas de su propia tumba. No desaparecerá, como tampoco ha desaparecido la oralidad, el caso es que su papel irá crecreciendo como forma predominante para dar paso a otras formas de comunicación. Ustedes sabrán cuáles.

Agotado el uso y abuso del verso rimado, de sus formas más acabadas (el soneto en todas sus variedades, por ejemplo), el verso libre encontró más pronto sus propias limitaciones. Los caminos que escogieron Huidobro y otros innovadores pronto se toparon con una granítica pared: la de la intrascendencia del siglo XX. Alejado cada vez más del consumo popular, el llamado vanguardismo fue refugiándose en contertulias hérméticas cada vez más estrechas, alimento exclusivo para élites contagiadas y críticos sin empleo fijo, alimento especializado como las galletas integrales: mucha paja y poca proteína. Así, herido de muerte por la consanguinidad, el vanguardismo -en toda modalidad artística- enfrenta la fase terminal. Está ahí, pero requiere de oxígeno y cuidados intensivos. Vida artificiosa.

¿Qué dije?

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