domingo, agosto 29, 2004

AJEDREZ Y FANTASMAS

a Gustavo Barrera (qepd).

Fue en la preparatoria cuando un amigo de Los Mochis, Sinaloa me introdujo en el juego del jaque mate. Me dió un consejo: un libro de teoría del ajedrez te enseñará más que lo que lograrías practicando empíricamente toda tu vida. Algunos años después comprendí la sabiduría que escondía aquel inofensivo llamado. El mundo está lleno de ajedrecistas silvestres.

Quizá el Tratado general de Ajedrez no sea el mayor logro teórico de habla hispana en la materia, pero sí uno de los estudios más amenos. Su autor, el argentino Roberto G. Grau concentró en tres alegres tomos los rudimentos y conocimientos básicos acerca de la táctica y la estrategia del juego. Sopena Argentina lo publicó en el año de 1972 y tiene la desventaja de utilizar la antigua nomenclatura (CxP, P5T, A4A, etcétera). Es probable que se haya reeditado con la simbología moderna, no lo sé, alguien podrá averiguarlo.

Quienes han tenido interés en estudiar la teoría del ajedrez se habrán topado con la extensa bibliografía rusa (abundantemente soviética) o, en menor grado inglesa. Estos documentos son por lo general infumables y concebidos para un público conocedor, el estilo es puramente técnico y uno tiende a dormirse después de dar seguimiento a unas cuantas partidas.

No es el caso del Tratado de Grau que, además de su puntualidad léxica, aborda los temas tradicionales de estudio con una estela didáctica singular. En el tomo II, subtitulado Estrategia, aprendí aspectos del juego que en otros libros y manuales me resultaban enredosos o inexpugnables.

Cualquiera que practique el ajedrez en el nivel que sea, sabrá que el juego estimula el pensamiento abstracto, acciona la memoria, concibe universos posibles y desarrolla cierta sicología de competencia. Sin pensarlo, sustituiría algunas materias de la educación primaria y secundaria con clases de ajedrez obligatorias. Quitaría por ejemplo la bazofia ecologista que infesta el estudio de las ciencias naturales o la idiotez de la teoría de conjuntos.

Comparado con el ajedrez, el dominó es una carreta jalada por burros con atrofias quísticas y la única forma en que puede ser divertido es con una dotación de cerveza fría al alcance. Otros juegos de mesa como el póker lo introduciría como parte de la clase de psicología en la preparatoria.

Radicando en el DF conviví mucho con unos amigos de Pantaco, barrio ferrocarrilero, con quienes jugaba ajedrez hasta el cansancio, Gustavo era uno de ellos. Hace algunos años falleció de forma que preferiría no recordar. Poco antes de su muerte me había regresado el tomo II de Grau que dí por perdido varios años.

A Gustavo lo recuerdo cada vez que veo un tablero.

1 comentario:

Luis Ricardo dijo...

El ajedrez, supongo que también es la guerra por otro medio. Un medio que la verdad me inspira mucho respeto.
Play it again, Sam.