domingo, agosto 29, 2004

AVES MIGRATORIAS
(seudoficción)

Transcurren los últimos días de noviembre, el invierno se anuncia en la nebulosa marquesina del cielo: nutridas parvadas migratorias viajan hacia el sur recreando el ciclo milenario de la supervivencia y un aire húmedo empaña los cristales. Desde el segundo piso del chalet un hombre observa el espectáculo, luego de un buen rato entrecierra la persiana y se dirige al clóset, toma una bata de seda azul marino y cubre su cuerpo desnudo, un escapulario rodea su cuello. Se dirige a la cabecera de la cama, saca una pistola de debajo del colchón, es una Winger alemana calibre 25 con cargador para 12 tiros. Retira el seguro y observa el cargador, dos balas son suficientes. La habitación se encuentra en perfecto orden, excepto por una hoja de papel que yace en el suelo al lado del buró. Sobre éste, junto al vaso con residuos de wiskey, se observa un sobre amarillo con el logotipo de la Cínica del Buen Pastor en color sepia. El hombre carga y empuña la pistola, luego apunta hacia la luna del espejo hasta ubicar la mira en el entrecejo de su reflejo. Su imagen también le apunta, el duelo se antoja justo. El lomo plateado de la Winger refleja la claridad de la mañana entre los dedos morenos del hombre. Es Mario Durán, ejecutivo de alto rango de la agencia de seguros ING. Hacía un año que había recibido la noticia de la enfermedad que ahora lo condena. Sin avisar a nadie, rentó aquella casa campestre junto al lago. La noche del viernes se instaló ahí. “Estamos de paso”, pensaba mientras veía por la ventana las parvadas que dibujaban curiosas puntas de flecha y se perdían en el horizonte. Las contempló algunos minutos. Ahora estaba ahí junto al espejo. Se mira fijamente pero sus ojos parecen estar lejos. Por qué tenía que pasarle a él. No lo sabía. Un carrusel de imágenes gira en su cabeza simultánea y atropelladamente. Cuando todo parecía marchar bien, recibió la noticia después de un examen de rutina. Trató de ignorar el diagnóstico y hubieron de pasar algunas semanas antes de decidirse por una segunda opinión. Entonces fue que sobrevino su decisión. No iba a postrarse en una cama a esperar un final lento y doloroso. No lo soportaría, no, no lo soportaría. Un velo de estoicismo lo cobijó durante todo este tiempo. Su testamento, sus asuntos, sus negocios, todo ha quedado resuelto y ordenado. Ahora se encuentra ahí, el arma en su mano derecha, el dedo en el disparador a la espera de reunir el valor para apresurar el final. Todo está listo pero no es tan fácil. Para aquellas aves, viajar miles de kilómetros tampoco debe ser fácil, pensaba, muchas no volverán.

No hay comentarios.: