martes, agosto 10, 2004

HABLANDO DE PROPAGANDA BRITÁNICA

Existen razones históricas que justificarían que un australiano incubase un sentimiento antibritánico. Dos filmes de Mel Gibson guardan ese sentimiento: Brave Heart y The Patriot. Sus razones podrían tener quizá una motivación religiosa, política o ideológica, pero, independientemente, estos filmes han logrado crear un ambiente creíble en su realización.

En su último post, Alberto Chimal aborda cómo la leyenda del Rey Arturo ha servido para realizar numerosas versiones sobre una historia ficticia. Diversos enfoques literarios y cinematográficos sobre lo que él denomina la materia (de Bretaña, es decir, británica) han tenido lugar a lo largo de los siglos, y señala que la reciente versión de Antoine Fuqua sobre el Rey Arturo correrá la misma suerte que el multicitado filme Troya, aludiendo al hecho de que ambos presentan una visión "historicista", es decir, relativamente apegada a hechos y fechas, pero carente del sustrato fundamental que caracterizaría a una época del pasado, la ideología de ese momento. En principio comparto esta percepción.

Como se sabe, muchos productores de Hollywood realizan, a sabiendas de que son churros infumables, filmes sobre el mítico Camelot con montajes inverosímiles y personajes artificiales para un público bobo y consumista. Por ejemplo: se nos presenta como Arturo a un Sean Connery perfectamente estirado, rasurado y maquillado, como salido de un spa de Beverly Hills; o a un Richard Gere de caballero, vestido con mallas de nylon y trajes cuasiespaciales de materiales sintéticos que apenas utilizaría un diseñador italiano de los ochenta. La Edad Media se enmarca con el halo romántico combinado de novelas rosas y caballerescas; lo peor, tales bodrios se matizan con diálogos, actitudes y códigos ¡del siglo XX!

Contrariamente, el relato de Mark Twain Un yanqui de Connecticut en la corte del Rey Arturo, que menciona Alberto de forma indirecta (no conozco la película que cita), representa una visión más cruda de lo que debió ser el medioevo y sus protagonistas. Esta obra no pretende ridiculizar la figura de Arturo como un rey de opereta, antes exhibe la ignominia y la miseria de una sociedad signada por la suciedad, la pobreza, la mitomanía y la muerte; por costumbres primitivas, juicios de ínfimo alcance y sumida en la más absoluta ignorancia. La frontera entre la bestia y el individuo es una línea muy delgada en aquella sociedad donde piojos y pulgas son compartidos por las dos especies. Nada que ver con la figura sosegada, sabia y hasta monacal de un Arturo representado por un escrupuloso Connery.

Gracias al relato de Mark Twain podemos asomarnos a lo que serían las posibles relaciones humanas y sociales que gestaría ese turbio entorno medieval que nos propone. Si bien se trata de un relato ficticio, la mirada de este autor descubre una lógica que quizá nuestros referentes hollywoodianos buscarían rechazar en primera instancia. Sin embargo, investigaciones recientes parecen confirmar que una sociedad basada en la oralidad (como la del legendario Camelot), asume formas de pensamiento, actitudes sociales y usos y costumbres que nada tienen que ver con las fantasías de los estudios cinematográficos.

Sin caer en radicalismos, desconfío mucho de lo que es capaz de hacer el cine con la literatura. Por sus antecedentes, es posible que Mel Gibson hiciera una buena adaptación del texto de M. Twain.

1 comentario:

Fatal Espejo dijo...

Hola, Nacho. ¿Cómo estás?

Me encontré con esta nota tuya y creo que tienes razón. Aunque..., curiosamente, del yanqui de Twain se han hecho más adaptaciones que de cualquier otro texto relacionado con el Rey Arturo, precisamente porque la presencia de un estadounidense le parece atractiva a los estudios de Hollywood, quienes siempre producen pensando en el público "de casa" (o lo que de él dicen sus estudios de mercado) y distribuyen por todo el mundo, aunque no puedan situar en el mapa ni su propia ciudad. De más está decir que esas adaptaciones acostumbran espantosas, más llenas aún de propaganda pro-estadounidense que las cintas supuestamente pobladas por ingleses, y que falta una que muestre las virtudes del texto. Hay más escenas como las que describes en la película de Monty Python, aunque sea una farsa.

Ah, y aunque el último Gibson (la Pasión, claro) me parece todavía más chantajista y manipulador que sus maestros de California, también me gustaría ver una versión suya.

(Por cierto: el decir "Bretaña" a la hora de referirse a las islas británicas es un gafe tradicional que no sé de dónde viene. Sería mejor decir "la materia de Britania", pero estaba escribiendo en automático. En fin.)