lunes, agosto 02, 2004

LA CERRAZÓN DE LA UTOPÍA

Por naturaleza la utopía es irrealizable, un ardid, una trampa implícita. El forjador de utopías es, por tanto, un encantador de serpientes capaz de ofrecer la parodia de un imposible envuelto para regalo.

El ciudadano común es el comején de las utopías. Quiere compartir las utopías, come un poco de ellas y comienza a degradarlas porque, a fin de cuentas, las utopías son biodegradables.

El historiador tradicional finge ser objetivo al relatar y ordenar los hechos de la historia; este individuo tiene en realidad un esquema-tipo mediante el que digiere tales hechos. El historiador tradicional es un rumiante que regurgita los hechos para volverlos a digerir; los mete en su sistema y los reorganiza para volverlos a masticar.

La historia de la humanidad es la historia de la utopía. Los hombres crean sistemas y tratan de adaptar a ellos la vida de todos. El historiador narra cómo los hombres intentan adoptar y adaptarse a tal o cual sistema, luego busca crear una doctrina. Falla. Falla porque el problema no es su relatoría de hechos, el problema es el concepto mismo de sistema; falla la vocación congénita a la utopía porque se confunde la utopía con el sistema y se finca en éste la esperanza. Luego, cuando el sistema fracasa la utopía muestra su verdadero rostro: el imposible.

En su afán por disolver los sistemas, el nihilismo intentó reducir a cenizas el concepto de utopía ignorando el factor de la esperanza. Lástima, porque no hizo sino crear una utopía mayor: la no-utopía. Esta idea comenzó a germinar y terminó por volverse un nuevo sistema. Luego, sus adeptos formaron legiones y marcharon a la toma del mundo. Ahí permanecen, acechantes, esperando el menor descuido para intentar, nuevamente, imponer la utopía.

No hay comentarios.: