EL MANOJO DE NERVIOS
Llegaste a la misa. Es la boda donde fuiste contratado junto con otros diez músicos; nada tendrá de especial excepto porque se suceden algunos detalles extraordinarios. Quienes conocen los ritos de tu religión (hablas en términos culturales, entiéndete) saben que el matrimonio católico tiene sus vicisitudes. Durante la misa se entona la marcha nupcial y varios cantos que pueden ir desde los más tradicionales y conocidos en toda parroquia, hasta los arreglos polifónicos de compositores célebres. Confiesas que estos últimos son de las cosas que cantarías aún si no te pagaran. Cantar el Aleluya de Haendel, el Gloria de Vivaldi o el Panis Angelicus de Franck lo haces por puro gozo personal. Bueno, pero te estás desviando.
Todo marcha bien hasta el punto en que el nerviosismo de los novios sale a la superficie. Hay un momento, bien conocido por la jauría de fotógrafos, en el que los novios leen unas frases de compromiso y amor eterno: "Yo, fulano, te escojo a tí mengana para..." etcétera. Los asistentes sueltan la carcajada cuando el novio toma la hojita equivocada y dice: "Yo, Rosa María, te escojo a tí, Víctor..." El sacerdote hace esfuerzos por controlar su risa. Pero la cosa no para ahí. Unos minutos después, cuando te disponías a entonar un cántico conocido como Vino y pan, ves que la novia se desmaya; comienza a desvanecerse y no hay nada que pueda evitar que caiga de espaldas sobre la cola del vestido. En ese punto observas que el novio es una estatua sin vida y los familiares ven en este accidente el peor de los presagios.
Ahí confirmas que los sacerdotes son individuos de gran sabiduría. Con un gesto cauteloso pero instantáneo, el cura envía al diácono por un frasquito de sales que en cosa de segundos surte el efecto ansiado. La novia se incorpora y las cosas toman su curso. Desde la altura en que te encuentras, situado de frente al altar, observas la curiosa ceremonia. Entonas finalmente la Marcha Nupcial de Mendelssohn y abandonas el templo con el resto de los músicos que comentan los incidentes. En el atrio observas que el arroz tiene diversas utilidades y que la novia ha quedado con fuerza suficiente para abrazar a todos. Ahora piensas qué podría haber pasado si fuese tu boda.
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