EL PREMATURO OCASO DE LAS VANGUARDIAS
Las llamadas vanguardias del siglo XX, comenzando con los poetas malditos (o lo que quedaba de ellos a principios de 1900), se embarraron en el lodazal que proclamaban combatir: se transformaron en íconos o en superhéroes. Tomaron su papel demasiado en serio; sus figuras principales se disfrazaron de titanes y napoleones en un mundo que amenazaba con volverse loco y asi se fueron a la fiesta. La I Guerra Mundial terminó por convertirlos en bipolares. Quienes sobrevivieron en la entreguerra, consumían tanto alcohol para ocultar su desaliento que terminaron formando parte del elenco de sus propias pesadillas.
París era un embudo premonitorio a principios de 1900. Ahí fueron a desaguar algunos espíritus talentosos como Pablo Ruiz, clase de individuos de los que no se pudo rescatar ni un pedazo de su sombra. Gertrude Stein regresó a Picasso al mundo real en condiciones oprobiosas, como si a Ulises lo hubieran resucitado en pleno programa de Big Brother (antes de que expulsaran a esa neanderthal con taras congénitas llamada Lorena Herrera).
Es curioso que hace algunos años la revista estadounidense Time afirmara: “El modernismo es la cultura de nuestro tiempo y Picasso, su clásico”. Pese a la crisis financiera que aqueja actualmente al consorcio Times-Warner, Inc, ese portavoz ideológico del globalismo continúa siendo un eficiente vocero de la moda, el modernismo y lo políticamente correcto, leído por uno de cada dos adultos en los E.U.
Cómo se introdujo el culto a la fealdad y la aceptación miope al irracionalismo durante el siglo XX, y cómo era aceptado tan estúpidamente, será materia de estudio de los antropólogos que aún no han nacido. Cómo es aceptado ahora, en pleno siglo XXI, es materia de nuestro sicoanalista. ¿Tiene para pagarle?
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