sábado, enero 25, 2003

NO TE ABURRAS, COMPADRE

Esta semana los temas de to read or not to read, that is the question, el conflicto norte-sur, la segunda guerra de independencia y los plagios en la blogósfera despertaron muchas inquietudes. Hasta parecía que estábamos hablando de un partido de futbol entre los escritores del centro y la periferia. Afortunadamente Rafa puso el dedo en la llaga y alertó contra una potencial epidemia de solemnidad entre los blogomaníacos. Los grandes asuntos ( y también los medianos y pequeños) merecen de una dosis de humor.

Van varias semanas en que aparecen blogs en el que sus autores casi se suicidan de aburrimiento. Después quieren culpar al aburrimiento de ese suicidio. No los entiendo. Uno tiene que bregar toda la semana contra el llamado de la necesidad, la disciplina de las agendas y la dictadura del horario, sea que estudie o trabaje. No todos flotamos en las tranquilas aguas del sistema nacional de "criadores" o gozamos de alguna beca oficiosa. Para poder lectoescribir tenemos que robarle un retazo a la cotidianidad o al sueño. Entonces llega el fin de semana en que uno puede disponer de tiempo para hacer todo lo que no pudo hacer por las presiones y ¿qué pasa?, ¿cómo que te aburres?, entonces, ¿qué quieres: seguir en la rutina diaria?.

Yo no me aburro más que en las filas de los bancos. Y eso a veces, porque generalmente me pongo a calcular cuántos metros cúbicos tendría que cubrir un aparato de regrigeración en ese lugar. He encontrado bancos que tienen grandes espacios vacíos (aunque no me he topado con ninguno como el de Cabral). O bien, observo los mecanismos de seguridad de la sucursal y calculo el tiempo que llevaría a un asaltante inmovilizar al vigilante, saquear las cajas y huir antes de que llegue la tira. Las cámaras de video son pecata minuta para un ladrón de catego. Los principales cálculos en un asalto siempre se ocupan de verificar las proximidades del banco y en accesos viales aledaños, no las características del edificio en sí. De modo que para cuando ya estoy a punto de consumar el desfalco, plop, resulta que ya llegué a la ventanilla.

El otro sitio que me acalambra es la funeraria, pero ahí hay más tela de donde cortar, especialmente si no conoces a la familia del difunto. Si no es el sepelio de nanilka, donde seguramente habría bebida y botanas a morir, puedes ponerte a determinar la condiciones socioeconómicas y de otra índole de aquella familia. Si los hombres traen traje pero este no es de riguroso color negro, entonces es una familia de clase media desarraigada, seguramente con lastres bancarios diversos. Si las mujeres lloran sin parar, puedes tener la certeza de que el difunto dejó una herencia considerable y todo mundo exagera su pena. Cuando verdaderamente aman al difunto para esas horas ya no tienen lágrima que llorar. Si la que murió es la abuelita, bueno, ahí te la llevas, es cosa simplemente de considerarte como si fueras la cámara del banco. Resultado: jamás te vas a aburrir en un sepelio; aprendes a poner cara de compungido pero por dentro tus transistores están tomando nota de todo el ritual. El problemas es cuando le empiezas a agarrar sabor a eso y te la quieres pasar en puros sepelios pero, pues eso no se puede. Tampoco nos vamos a ir al extremo de divertirnos en un suceso tan indeseable.

Por eso digo yo que no hay motivo para aburrirse. No se justifica aburrirse ni siquiera viendo a Joaquín López Dóriga o leyendo a Gabriel Trujillo, pues los personajes ambiguos siempre presentan un ángulo ridículo. Yo tengo la mala costumbre de estar corrigiendo todos los textos que caen en mis manos. (¿Y entonces por qué no corriges los tuyos? -Tú cállate, pendejo). Esto no se aplica a los blogs, porque los blogs entre más crudos son mejores.

El caso es que cualquier texto, peor si se trata de la prensa diaria, o cualquier diálogo de programas de radio o televisión en vivo, aporta material inagotable para tijeretearlos y pitorrearse de ellos. Generalmente, cuando leo algo, aunque sea de García Máááárquez y de Octaaavio Paaaz, leo pensando de que otra forma hubiera descrito yo mismo una idea semejante (descrito es el apócope de decir-escribir -ya lo habías dicho antes, idiota-, -¿Y?). Siempre encuentro formas diferentes, no digo que mejores, pero sí diferentes. Adicionalmente me gusta pensar en cómo definir un texto completo, cómo hacer una reseña o un comentario crítico de él, así sea de tres renglones, o un aforismo más breve. Se que estos hábitos y muchos otros los realizan personas con cierto grado de inteligencia, pero existen otros que teniendo la misma o una mayor inteligencia, carecen del hábito. Por qué. Quién sabe.

El domingo pasado compre la versión Wal Mart de Las Fábulas de La Fontaine. Me llamó la atención que incluía ilustraciones de Gustav Doré. Sin embargo, cuando me puse a (h)ojearlo me arrepentí de haber hecho ese gasto. La traducción está infumable. Lo compré pensando en abrazar con todas mis fuerzas el llamado del presidente Fox de hacer de éste un país de lectores y pensaba enlistar a mi marciano favorito en esa legión privilegiada de la raza cósmica pero, ¡oh desilusión! El pinche libro, portada aquamarina a toda madre, está escrito como para que lo lean los hijos del Arcipestre de Hita, Luis de Góngora y Emanuel Kant, no los míos. Es más, están escritas como para que nadie las lea. Lo paradójico es que la colección de esta editorial hispana (edimat) se llama "promo-libro". No tiene caso ni tratar de corregirlo, es mejor traducirlo todo (o en parte), pero, bueno, a lo mejor aprender francés sí resulta aburrido.

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