miércoles, marzo 05, 2003

AGUAS CON LAS CARICATURAS, SON ADICTIVAS

Algunas personas acostumbradas a programas serios de televisión (como México Siglo XX o los comentarios políticos y noticiosos del canal 40, cosas serias, pues), recientemente han manifestado su molesta adicción a los programas de caricaturas.

Como se sabe, las caricaturas son programas dirigidos a un público cautivo que disfruta de verlas incluso repetidamente (práctica comun en ese público y en la programación misma), y que espera ansiosamente la aparición de nuevos capítulos. Se sabe que hay niños que tras un nuevo capítulo, inmediatamente llaman por teléfono o por el chat a sus amiguitos para comentar las aventuras de sus héroes favoritos. (La vaca y el pollito, entre otras, son tremendas porque la adicción comienza con su mera expresión visual).

Por su parte, la adicción a las caricaturas entre los adultos adopta formas extrañas y desarrolla una sintomatología que es propia de un estudio aparte (aquí únicamente vamos a bosquejar la anomalía, los estudiosos de la ciencia de la mente podrán hacer un análisis competente).

Entre los síntomas aparece, además de la adicción misma, la tendencia a manifestar la molestia moral por parte del adicto; es frecuente encontrar al adulto haciendo una crítica severa a las caricauras como una forma, quizá, de contentar a su conciencia; luego se presenta la tendencia a poner por escrito esa emoción de amor y odio (sadomasoquismo le suelen llamar) por la caricatura; en el peor de los síntomas, el adicto edita y publica sus desavenencias con el género (el género animado, no el sexual) en algún medio de comunicación. Se ha dado el caso de adultos que se hacen de medios sustitutos para criticar ese género menor (caricaturas) sin tener que exhibir sus diferencias en público, por ejemplo, el programa "La Oreja", entre otros.

El resultado de esta sintomatología, dar publicidad gratuita al sujeto que se propone combatir, provoca diversión entre los productores de caricaturas (léase para el caso las memorias de Joseph Hanna) y, lejos de disuadirlos de sus afanes, les anima a seguir animando dibujos.

Desde luego, las caricaturas en su origen y en buena parte de su historial como género, han sido instrumento de despiadados ataques a la ideología, las costumbres, los mitos populares, la ortodoxia, los sistemas prevalecientes, etc. Rius es un caso menor pero ilustrativo (como fenómeno de difusión faltó llevarlo a la pantalla), otro caso, Los Simpson.

Las caricaturas son accesibles a todo aquel que no tiene más que encender una pantalla y sintonizarlas. Su profusión va en detrimento de otras actividades más convencionales como leer un libro o hacer deporte, lo que en ocasiones preocupa a los padres de familia. Las caricaturas hacen a su público ajeno a convencionalismos, lo que es de por sí preocupante.

El problema no es que existan caricaturas (Arjona dixit), el problema es que causan adicción. El problema no es verlas, el problema es pretender competir con ellas. El problema no es competir con ellas, el problema es el conflicto interno que provoca. El problema no es el conflicto, el problema es publicarlo. (Cómo separarme de tí si estas tan lejos, cómo alejarme de tí....)

Alerta, pues, con las caricaturas, son dañinas para la salud, son una amenaza latente contra el status quo y vehículo de ocurrencias contra la rectitud política (esta traducción de political correctnes le compite a políticamente correcto). En mi casa de plano no permitimos que las vean los niños (yo las veo a escondidas a medianoche).

Un saludo a los blogs resucitados y mi más sentido pésame a los que, como dice el Tiburón, QEPD.

¿Qué horas son?

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