LA NOSTALGIA PRIMARIA
La última vez que visité la escuela primaria donde pasé seis años de mi vida vi que había cambiado radicalmente. El patio, que en mi época era enorme, se había reducido a dos terceras partes. La entrada había cambiado de lugar y la alberca había sido clausurada a pesar de que ningún niño murió ahogado ahí. En su lugar pusieron una biblioteca.
La descrita arriba era la última vez pero ahora ya no lo es. La última vez también ha cambiado. Ahora la última vez data de hace dos meses en que volví a pasar por ahí. De la primera última vez, a la última vez actualizada, pasaron ocho años. De eso me acuerdo porque en aquel año, 1978, mi tío, maestro de esa escuela, recibió un reconocimiento por sus 20 años de servicio. El premio fueron doce mil pesos y una medalla de plata con un relieve de Belisario Domínguez. Ah, y un diploma. En ese año el patio ya se había reducido a la mitad.
Lo que acabas de leer, iluso lector, es un fragmento de una carta que guardaba mi mamá en una caja metálica de galletas de mantequilla de Dinamarca. La escribí yo mismo y ya no recordaba haberla escrito. Esa carta nunca la envié, pero creo que tenía por destino a un condiscípulo que se había mudado a Guadalajara. Mi madre murió en 1986 y la caja metálica la conservó mi hermano desde entonces. No había vuelto a leer la carta hasta hace poco.
Yo volví a visitar la escuela primaria en diciembre pasado. Esta sí es la última de las últimas veces. La entrada volvió a situarse donde estaba originalmente, la biblioteca fue derribada y sustituída por una biblioteca municipal que constuyeron junto a la escuela, más completa y más espaciosa. En su lugar hicieron un pequeño gimnasio para niños con discapacidad y en otra parte de patio contruyeron más salones. De forma que es fácil deducir que ahora la escuela tiene más estudiantes y menos patio. Menos alberca y más niños con discapacidad. Más libros y menos área de juegos.
¿Y todavía nos preguntamos por qué tenemos tan bajo nivel académico?
Esta interrogante no necesariamente es una conclusión del relato anterior. Antes bien, la pregunta delata el nivel académico que debió haber adquirido desde la primaria el que escribe el relato. Y quizá su incapacidad para hacer una relatoría lógica de hechos, tiempos y conclusiones revela la secuela del nivel académico típico del último cuarto de siglo.
Aunque esto también estaría de dudarse, porque el que escribe abandonó sus estudios en 1974, de forma que la penúltima vez que visitó la escuela tenía ya doce años de haber terminado la primaria. Lo que nos llevaría a suponer como premisa que las secuelas aleatorias deberían ubicarse en los últimos 50 años, o bien, que esas secuelas tuvieron lugar en el tercer cuarto del siglo XX.
Desde luego, mi madre no murió como consecuencia de los cambios que se efectuaron en la escuela primaria. Que mi tío haya recibido un premio en 1978 no tiene una relación obligada con el incremento de niños con discapacidad que concurren a ese plantel. Pero el hecho de que mi hermano guarde cajas metálicas con cartas inéditas si puede tener relación con la fijación que guardaba hacia la directora del plantel que promovió los primeros cambios: Una mujer fea llena de virtudes docentes que utilizaba medias que llegaban arriba de la rodilla y que solían deslizársele hasta los tobillos. Mi hermano alega que el que padece las fijaciones soy yo, que él no recuerda ni que ella haya iniciado los cambios ni lo de las medias. (Eran unas medias gruesas color café con leche, yo sí me acuerdo).
Recordar estos sucesos me despierta una terrible nostalgia, por eso no quiero dejar pasar este momento y escribo estos hechos tan comunes en la vida de todos. La directora murió de diabetes y la biblioteca que derribaron tenía su nombre. Cuando intentaron ponerle ese mismo nombre al gimnasio para niños discapacitados, sus hijos se opusieron. Por eso pienso que la nostalgia es una gelatina. El hecho de que mi tío hubiera sido maestro de nuestra escuela primaria no nos trajo ningún beneficio. Lo que verdaderamente extraño es la alberca.
La próxima vez que viaje a mi pueblo, será la última vez que visite la primaria. Lo juro por mi madre que murió seis años después de que escribí la carta para el condiscípulo.
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