domingo, marzo 16, 2003

SOBRE LA ENTONACIÓN POÉTICA

Conversando con la Poeta Empírica el otro día, planteaba la importancia de la entonación a la hora de leer poesía en voz alta. Amaranta me instruía en esta materia en la que me considero un lego (-Ignorante, Humphrey, se oye mejor-).

El tema presenta diversas interrogantes:

¿La lectura en voz alta de poesía hoy en día, es distinta a la de épocas anteriores?
¿Toda la poesía se puede leer en voz alta?
¿Existe un método efectivo para leer/declamar poesía?
¿Se puede enseñar este método?

Me ha tocado asistir a recitales de poetas o declamadores reconocidos, así como también de principiantes. He presenciado lecturas en inglés y en español, de poesía en verso, en prosa y mixta, de la llamada poesía-objeto y hasta de performance.

Los que han causado mayor impresión en mí han sido Rubén Peralta declamando “Garrik, rey de los payasos” y otros; un poeta negro anciano (gringo) cuyo nombre no tengo a la mano, leyendo “El cuervo” y “Anabel Lee” de E.A. Poe (y una serie de espirituales negros); y Jaime Sabines leyendo “Los amorosos” y otros poemas. Encuentro algunas diferencias entre los tres.

Rubén Peralta, maestro de secundaria (QEPD) de origen yaqui, dramatizaba de tal forma el poema que llevaba al auditorio al paroxismo, algunos incluso lloraban (-Oye HB, como que te estás poniendo romanticón, ¿no?- “Shhhhh”).

El anciano negro interpretaba con un género admirable de teatralidad. Cambiaba el color de la voz de forma súbita. Por ejemplo, imitaba la voz de una niña o la de un hombre desfalleciente, en su caso, o alternaba voces distintas si hablaba el relator-poeta o algún personaje del poema. El efecto y la respuesta del público, mayoritariamente gringo, era espontáneamente efusivo.

Jaime Sabines, de quien es posible conseguir cds o cassetes, imprime diversos matices claramente diferenciables en su lectura. Su voz abaritonada le imprime mayor oficio. El público solía manifestarse generoso aunque no apoteótico.

Estos casos me recuerdan las relatorías de lecturas poéticas de Baudelaire, Poe, Heine, Goethe, Garcilazo, entre otros, así como de la respuesta de sus oyentes, en las que el poeta es reconocido por su habilidad para despertar determinadas emociones en su auditorio.

En los recitales de poesía universitarios o de centros culturales, encuentro la imposición de ciertos cánones más bien tediosos en la lectura, lo que explica en parte, pienso, la reiterativa ausencia de público.

El poeta adopta una postura de artista incomprendido (me llama la atención cómo toman el libro y el cigarro con una sola mano). Y empieza a leer poemas con un rango vocal monocromático de principio a fin, como si estuviera leyendo una revelación a los mortales. El público a veces no aplaude entre uno y otro poema. Lo hace al final, brindando una ovación generosa, aunque las personas voltean a verse unas a otras con una cara de sin embargo. (-Oye, HB, ¿cuáles son las caras de ‘sin embargo’?- “Son así como la que puso tu papá cuando te vió recién nacido. Jejeje, este es mi hijo, así convenciéndose”).

Ocurre con frecuencia que esa ausencia de tonos y matices en la lectura, son reflejo de la ausencia de “lógica” en el poma; encontramos poetas que plasman una frase carente de hilación con el resto, como si fuese un amasijo de imágenes tomadas al azar; establece una modalidad metafórica oscura que muchas veces impide descifrar la idea general y, como consecuencia, el final resulta más una ocurrencia del momento que un propósito determinado. Aquí la interrogante es: ¿Es posible dar entonación a un poema con estas características.

Puede darse el caso de que un buen poema sea mal leído-declamado, o bien, que un mal poema, como una mala canción, sea exprimida venturosamente por el intérprete haciéndolo “crecer”. El sentido común me hace suponer que para leer-declamar con efectividad, el lector-declamador tiene que haber leído por lo menos un par de veces un poema para “comprenderlo”, es decir, tiene que compenetrarse con su desarrollo y su desenlace. La lectura tendrá como propósito leer determinado poema con la idea de crear determinada emoción en el auditorio. Esta es la idea clásica de la poesía. Lo clásico no es un molde estático o una forma determinada. Es la adopción de ciertos criterios de expresión artística que contienen una legalidad intrínseca y cuyo fin es el desarrollo estético del auditorio, digamos que ese es “su fin”.

A partir de principios del siglo XX, especialmente, diversas tendencias poéticas experimentales empezaron a cobrar auge. En contraposición con el principio clásico de composición, las identifico como románticas. El de Huidobro sería un buen ejemplo de estas manifestaciones. Lean Altazor en voz alta, a ver que pasa al final, cuando se les empiece a dormir la lengua me mandan un mail.

Góngora, por ejemplo, en su etapa “madura”, echó mano de formas metafóricas complicadísimas y a veces indescifrables, y no por ello perdió adeptos entre sus seguidores, sin embargo, esa tendencia fue a confluir con la que defenderá, siglos más adelante, “el lenguaje por el lenguaje mismo” (el arte por el arte). El poeta no tiene obligación de reparar en el efecto que causará a su público potencial. Simplemente poetiza.

Estas vertientes poéticas han resbalado fácilmente al existencialismo. Por eso, el poeta suele aparentar ser un ser acá, incomprendido, retraído, enigmático, etc. "Ustedes no entienden poesía", parece musitar.

Desafortunadamente las derivaciones de esta tendencia arrojan un saldo deficitario para la poesía. Han alejado al ciudadano común y corriente del gusto poético y han contribuido a la agonía de ese arte moribundo. Es verdad, ahora hay más libros de poesía pero también hay menos poesía.

Para compensar su apartamiento de la realidad, muchos poetas firman desplegados en contra de la guerra, a favor del ecologismo u otras causas prevalecientes, quizá como una forma de acallar a su conciencia. Está bien que lo hagan. Pero su misión política es otra.

(Y ante este sombrío escenario, ¿qué piensas hacer, Humphrey? “Nada, simplemente agarrar el puente de fin de semana e irme al mar a pescar, con todos mis hijos menos el de atrás, ¿vamos?”).

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