lunes, abril 14, 2003

CAYO UNA TEMPESTAD EN HERMOSILLO

El sábado aterrizó en estas tierras nuestro amigo Jorge F. Camacho procedente del DF; hizo escala antes de continuar su viaje por carretera rumbo a Nogales donde encontraría a sus familiares. En el aeropuerto lo identificamos por las señas que dió: camisa blanca y cabeza rapada. Se ve curado. Fue David M. quien nos puso en contacto.

Grata sorpresa haber podido ser huéspedes fugaces de su paso por aquí y compartir unas cervezas y una agradable charla en una de las noches climáticamente más sabrosas que hemos tenido. Nos fuimos a La Zanahoria, un pequeño bar al aire libre donde un grupo toca música comercial sin el perjuicio auditivo de otros centros. Jorge se declaró feliz. Nosotros también. Una de las chicas superpoderosas me acompañó (por cierto Jorge y ella tienen la misma edad). A Nacho las cervezas le cayeron de perlas pues se quejaba del dolor que le provocaba un desgarre muscular que trae en la parte anterior del muslo derecho y un jodazo en la clavícula.

Hablamos de literatura, autores, géneros, vida cultural, perspectivas académicas, proyectos literarios. Jorge sabe su negocio, está dedicado por entero a la labor editorial y disfruta sobremanera su trabajo, del que habla siempre con empeño y rigor. Hablamos de nuestros andares y también un poco de nuestros sueños. Jorge confesó su predilección por los autores rusos y en especial por Nabokov.

Conocernos me entusiasmó mucho pues de hecho es el segundo bloguero al que conozco personalmente. Dejamos tendido un puente de comunicación que esperamos cultivar. Amablemente nos dejó el último ejemplar de La Tempestad recién horneada del que se alcanza a ver un anzuelo apetitoso. Jorge traduce ahí dos poemas de Ch. Bukovski. Lléguenle.

Luego del intercambio de opiniones que sostuvimos hace días en nuestros blogs -Jorge y yo- sobre temas relacionados con la guerra, algunos de ellos con demasiada pimienta, le doy la razón a Amaranta C. -y estoy seguro que Jorge también-, en el sentido de que las diferencias se fermentan mejor con lúpulo y levadura, y que el espíritu de discordia se amansa cuando ves en los ojos del otro un brillo edificante y amistoso.

Esperando volver a verlo, lo dejamos pasada la medianoche en la central de autobuses, se veía algo cansado por el viaje y por las dos horas de diferencia que marcan nuestros relojes.

Camino a casa, Nacho se lamentaba de las lesiones que le causara por la tarde un encontronazo con el portero contrario (-Ya Humphrey, dí que perdimos en penales-. "Es cierto, habíamos empatado 0-0"); me dijo que hubiera sido una grosería no haber atendido a este colega bloguero.

De modo que ya saben. Cuando vengan para acá ni toquen, tenemos la puerta abierta.

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