REFLEXIONES VARIAS
He estado siguiendo algunas de las ideas controversiales que fecundan entre los blogs. Me remuerde la conciencia no poder atender todas las variables que prefiguran propuestas como la paradoja de crear un antiblog, la antinomia del texto y el contexto o la idea de que exista una literatura (o alguna otra variedad de creación) químicamente pura. Ando cargando reflexiones en los frecuentes recorridos que hago por la ciudad, especialmente en los interminables semáforos que castigan mis prisas. Ahí andamos juntos las reflexiones y yo en las salas de espera de los bancos, frente a la terca ambigüedad de mis deudores (los que me deben bolsas y chamarritas) y, desde luego, en mis frecuentes noches sin sueño.
No condesciendo con la literatura panfletaria (o alguna otra expresión artística) o propagandista: Ni la marxista ni la gay ni otras más simplonas. Sin embargo, no pienso que la actividad creativa tenga que ser apolítica o acrítica. Entiendo la independencia del creador en tanto propuesta estética, en tanto recree su facultad de cuestionar las opiniones atadas a las ideologías de los ciudadanos. Apelo a la facultad cuestionante del artista frente a los axiomas-opiniones prevalecientes, esas ataduras herméticas e invisibles que impone el poder. Aquí caben seguramente los propios axiomas de las estructuras prevalecientes del arte, los géneros practicados, las formas de las que hemos venido hablado.
Al mismo tiempo me aburren las tendencias medrosas que pregonan el arte por el arte, asumiendo que ese engendro pudiese existir. Me refiero a esas tendencias que en aras de lo novedoso naufragan en sus propias formas y rápidamente se consumen frente al tiempo. El artista se debe a su sociedad, independientemente del oprobio que esta padezca. Su obediencia a reglas preestablecidas le devuelve la seguridad de que no es una mónada extraviada, pero su sujeción a tales normas no coarta su libertad para crear nuevas reglas, a condición de que éstas brinden mayor libertad de creación y de acción a sus semejantes.
Si bien esta concepción del artista (literato, pintor o músico) se sistematizó en la cultura occidental, su génesis puede encontrarse también en la culturas orientales y medio orientales. Solón la tomó de culturas milenarias y la planteó de una forma “moderna”.
Ajeno a su responsabilidad, escondiéndose en alguna de las catacumbas acomodaticias del nihilismo o cobijado con el gastado manto del marginalismo, el artista no hace sino perpetuar aquel círculo vicioso que castra al ciudadano y le impone cadenas gratuitas. El anarquismo, su contraparte política, ha demostrado su fracaso histórico.
(“Humphrey, ¿no crees que estos delirios van a agotar a los escasos lectores que tienes?” -No importa con tal de que al menos uno de ellos pueda acompañarme hasta el final-. “Bueno, lo rescatable es que a tu edad el final no parece estar muy lejos”. –Me refiero al final de esta elucubración, no de mi existencia-).
“Atrévete a ser sabio”, señala la punzante sentencia de Schiller frente a la diletancia elaborada de Hegel y Kant, frente a la fenomenología pesimista de Schopenhauer y Nietsche (Hegel por eso toma a Schiller para redondear aquello que no puede cuadrar). Otorga así al pensador (y al artista-pensador, no hay de otros) un compromiso moral frente a su realidad, en una forma más acabada y equiparable quizá sólo con concepciones poéticas como la de Shelley o Poe. El artista, autonciencia de su propio proceso, evoca su propio poder de transformación en un esfuerzo por imponer su voz frente a la diversidad, no espera sentado la llegada alienígena de las musas ni se escuda en la novedad irracional buscando mera notoriedad.
Quizá tengamos que repasar de nuevo a los pensadores alemanes (de Kant a Heine y desde luego al demoledor gratuito que es Nietsche) para entender los vericuetos de las vanguardias y el tradicionalismo del siglo XX. Aquellos crearon teorías e hipótesis en materia de estética (poética) y filosofía que ahora, a pesar de los años, se repiten como eco revolvente. Prácticamente nada de cuanto discutimos aquí escapa del curso de sus entelequias. Sólo que nosotros pretendemos estar hablando de asuntos novedosos y hasta inéditos. Veleidosos que somos.
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