martes, abril 01, 2003

LOS LIBROS SON SAGRADOS

Cuando murió mi padre yo tenía 18 años. Entre otras cosas dejó su biblioteca, breve pero curiosa. Era maestro de secundaria, impartía las materias de geografía e historia y al preparar sus clases solía abandonar los programas preestablecidos y buscar información adicional.

Entre sus libros encuentro uno sobre la historia de la reforma agraria en México, escrito por Jesús Silva Herzog (abuelo de Jesusito Silva Herzog Márquez). El libro tiene muchos párrafos subrayados y una serie de anotaciones al margen de sus páginas de puño y letra de mi padre. (-Nomoás no vayas a llorar, Humphrey-)

Es por eso quizá que tengo el hábito de subrayar, rayar, garabatear y doblar las páginas de muchos de los libros que caen en mis manos. Por ejemplo, doblo la página de una lectura interrumpida, justo hasta el renglón en el que naufragué. Si el renglón es de los últimos, doblo hacia arriba la parte inferior de la página.

Es un deleite trabajar con libros usados. Las huellas de sus lectores pretéritos hablan mucho de sus métodos de aprendizaje y lectura, exhiben que esos libros ha perdido su virginidad.

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