martes, abril 08, 2003

CONCHA Y TORO PRODUCE UN BUEN VINO TINTO

Me gusta fumar Benson mentolados o Delicados sin filtro. Soy extermoso. Me gusta el agua de horchata y la cebada, pero prefiero comer con coca-cola. Jamás acompaño una comida, así sea de mariscos, con cerveza. Me parece un desperdicio de sabores. La cheve la prefiero sola y muy fría, no soy quisquilloso con las marcas aunque me inclino siempre por las que se producen cerca de donde me encuentro. Rara vez voy a cine, prefiero los conciertos en vivo y cuando voy a una obra de teatro siempre me llevo un milky-way y me lo como a media función. Al cine yo llevo mis propias palomitas, las otras me escaldan la lengua. Me gusta mucho hablar de fútbol, por eso leo con asiduidad a Mr. Phuy, a CAS y a Eterno Retorno, especialmente cuando se ponen a hablar de clubes europeos, de historia patuleca, de cracks olvidados y de aficiones llaneras (aunque ellos no escriben del tema con la asiduidad que yo quisiera, es más, Mr. Phuy no ha vuelto a mencionar a Zico, ese talentoso pusilánime). Sin embargo, sobre todas las cosas, prefiero jugar fútbol todos los sábados con mi equipo superveterano Capilla del Carmen, donde a veces la banca me hace una mala jugada. Juego adelante, no me interesa defender, me gusta hacer daño y causar corajes en el adversario. Disfruto cuando expulsan a un contrario aunque mis espinillas no piensan lo mismo. También me encanta jugar ajedrez, especialmente en la red donde puedo chatear al mismo tiempo con mis rivales y hacerles la vida pesada (antes de la primera jugada me gusta escribir: "morirás"). Trabajo algunas horas visitando víctimas potenciales. Vendo artículos de piel con cierta efectividad. Esa efectividad me da para comer. Me repugna cobrar (vendo a crédito, ahorita les paso el catálogo), de modo que esa infausta labor se la dejo a mi socia que se encarga de ajusticiar ingenuos, tender trampas insalvables y agarrar en curva a morosos. Trato de vender algo útil y doy ciertas garantías. Sin embargo no respondo por algunas señoras que parecen salidas de un paseo por Jurasic Park, con sus bolsas hechas pedazos (doy garantía pero no soy el genio de la lámpara). Confieso que trabajar no me gusta, pero cuando lo asumo lo hago bien; de hecho trabajo desde los siete años de edad; aprendí aritmética y otras artes en la tienda de abarrotes de mi abuelo donde comí más dulces que todos ustedes juntos (ah, y leí comics en cantidades irrepetibles). Pero, bueno, trabajar es algo necesario, ni pedo. Ya lo he dicho, leo mucho, escribo poco y publico menos (de hecho no publico casi nada). Y ¿saben que?, no me interesa publicar. Publico, eso sí, en mi blog, y me encanta. Puta, me encanta. Me encanta, por ejemplo, leer cosas que alguien escribió hoy en la mañana. El domingo me encontré con un post de Paty B.(árbol), justo en el momento en que lo escribía. De inmdiato le envié un comentario y ¿qué creen?, me contestó ipso facto. Eso es como tirarte en una tinaja de agua fría en pleno verano (verano de acá, de Sonora, 49 grados a la sombra): gozo supremo, agua cristalina, brusquedad de temperaturas encendiendo un castillo de pólvora feliz. Cuando comencé a bloguear me deshice de una serie de proyectos literario enmohecidos y achacosos. Empecé a conocer otras perpectivas, otros sonidos, otros colores, otros relieves. He leído mucho, más por efecto de mis años (- Humprey, dilo, por ruco-. "Shhhhh") que por oficio. He leído cosas fantásticas: la obra de Cervantes, Shakesperare, Heine, Poe, Mark Twain, Payno y Azuela, y otros que verdaderamente me han asombrado y si muero un día de estos(a veces me sueño inmortal), me daré por bien servido. La música siempre me ha hablado al oído. Mi abuela recibió una guitarra a cambio de una borrega en el rancho de un ancestro desconocido; ahí aprendí las pisadas de re, la y sol. Llegué temprano a la fiesta de los pantalones de mezclilla y el pelo largo. Me quedé hasta que se fue el que armaba los pitillos en una forjadora manual. Mick Jagger, Morrison y Crosby, Stills, Nash & Young se mudaron a la casa de asistencia (de resistencia, decía un amigo) donde hacíamos como que estudiábamos (en realidad leíamos a Marx y a Lenin y nos sentíamos seres iluminados). J.M. Serrat se unió al grupo y ahí estuvimos, manteniendo una barrera contra los troveros cubanos. En poco tiempo se fueron todos, incluso yo. (-Oye, H.B., ya estás enfadando, ¿no tienes otro tema?- "No soy yo, es la botella de Concha y Toro que me interroga lentamente"). De pronto, me encontré con que la guitarra eléctrica tenía problemas para regular el sonido y que el punk y el heavy metal eran una cacofonía insoportable, ni que decir de las letras de aquellas canciones (lo siento Daniel). Comencé a cambiar de sintonía. Conocía a otros jóvenes de larga cabellera: Mozart, Beethoven y, especialmente, Verdi. También me encontré con un maestro que me enseñó en su academia (un cuartito de 3 por 4 m.) que la voz tiene una serie de registros y que sirve para algo más que pedir chichi. Un día fuí a ver Rigoletto a Bellas Artes y creo que pocas cosas han cambiado tanto mi vida como esa ópera. Regresé a mi pocilga en plena Tenochtitlán y me puse a repasar la partitura de "Bella figlia del amore...", el formidable cuarteto donde, al mismo tiempo, distintas voces cantas distintas melodías y pronuncian distintas letras en un edificio polifónico formidable, me dejó pasmado hasta que me aprendí la línea del tenor (hace como un año). Desde entonces ya no fuí el mismo. Luego reboté de un coro a otro hasta que la Providencia me trajo a este pueblo de nuevo y tuve la honrosa distinción de participar en dos óperas: Madama Butterfly de Puccini, y Cavallería Rusticana de P. Macagni. Uf, en serio ¡qué experiencia!. En la puesta en escena de M. Butterfly vino a Beatyfulville un ejército de maquillistas, vestuaristas, tramoyistas, etc., con toda la producción (escenografía) de Bellas Artes. Yo salí de japonés (es la única vez que me he pintado el pelo). Dos semanas enteritas ensayamos actuación y musicalización de algo que teníamos seis meses aprendiéndonos de memoria (dura tres horas la obra). Pero salió muy bien. La orquesta filarmónica de Chihuahua nos acompañó. El director, Carlos García es un genio de verdad (no de las fábulas). A pocos individuos vivos admiro tanto como a ese cabrón; el tipo se sabe de memoria todos los papeles, los personajes, los diálogos y cada una de las líneas de ¡todos los instrumentos!, en una obra que tiene cerca de 200 páginas de pentagramas.

A quienes llegaron hasta aquí, los felicito, ¡que aguante!, fácilmente podrían leer una novela de Luis Spota, la Crítica de la Razón Pura de Emanuel Kant o los diálogos de ningún lado. A quienes naufragaron antes del final, lo siento, no les diré nada porque no alcanzarían a leerlo. Anuncio lo siguiente: continuará.

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