domingo, abril 20, 2003


LA PESADILLA

Sube el sol, brinca la sombra
huelen los contornos mudos
a tabaco y a deshonra.
Abona un hombre a su herencia
la perla de las desdichas
y entre las parodias diarias
guarda una pistola encinta
por si brotan de la nada
los cómplices de la ruina.

(Es cualquier ciudad del mundo:
le agreden sin cortapisas
los resabios de la prisa).

Mueve sus dedos huesudos
y sobre la calle apunta
un arma plateada y fría
que sin pensarlo se activa:
balas en celo que lamen
el espacio y la avenida.

Sobre el pavimento dócil
-se hace cercana la escena-
medran quejosas sirenas
que intuyen el desenlace.
Vagos zumbidos se escuchan
vagos rostros se aglutinan
el crimen se manda solo
en la ciudad infinita.

Le cuestionan con los ojos
le matan con letra escrita
y sangrando se desangra
y sonriendo se desquita.

Baja el sol, se va la sombra
se vuelve silencio el día
y el terremoto nocturno
su vigencia justifica.
Cuando despega los ojos
somnoliento y sorprendido:
bajo la almohada no hay arma
no hay sirenas ni avenida
no hay crimen, menos zumbido.

Solo encuentra en el bolsillo
-posdata de pesadilla-
la perla de las desdichas.
El sueño vuelve de día.

(Este poema fue escrito en 1998 y se publicó por ahí, donde pasó inadvertido)

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